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Juicio por el «caso Bateragune»

Los acusados ganan en campo ajeno el partido de la credibilidad

El problema de la Fiscalía es que aquella redada no se solventó en un juicio rápido.
Sólo han pasado dos años, pero hoy el «impuesto revolucionario» es historia, concejales de todos los partidos bailan juntos en la «Consti» de Donostia y los independentistas de
izquierda han vuelto a las instituciones, y lo han hecho para gestionarlas.

Ramón SOLA

El temor de la defensa ante este juicio, como explicaba el domingo Iñigo Iruin en estas páginas, consiste en que el tribunal haga una lectura descontextualizada de los hechos y rife años de cárcel a partir de unos pocos documentos y algunos viajes interpretados malévolamente y aliñados luego con la habitual salsa gorda de los informes policiales. Pero a los partidarios de la condena todavía les hace falta más, que es tirar a la basura la evidencia de todo lo que ha ocurrido desde que el 13 de octubre de 2009 Arnaldo Otegi y sus compañeros fueron detenidos. Entonces ni siquiera se sabía con detalle su apuesta, ni mucho menos su alcance. Tampoco estaba claro con qué fuerzas contaba. El debate interno no había comenzado aún. Y las declaraciones altisonantes sobre la irreversibilidad de la apuesta tras las detenciones sonaban más a declaración de intenciones que a una convicción real.

El problema para la Fiscalía es que aquella redada no se solventó con un juicio rápido. Aunque esta vista oral se haya acelerado evidentemente en relación a otros muchos casos, sí ha pasado el tiempo suficiente para que aquella idea de un grupo de militantes cualificados haya hecho camino, mucho camino. Hasta el punto de que hoy, polémicas artificiales al margen, el «impuesto revolucionario» es historia, concejales de todos los partidos se retratan bailando juntos en la Plaza de la Constitución de Donostia y los independentistas de izquierda han vuelto a las instituciones, y encima para gestionarlas. Quedan muchas situaciones que resolver todavía, pero hay un vencedor evidente: la credibilidad de la izquierda abertzale.

Esta batalla está finiquitada en Euskal Herria, como confirmaron los resultados del 22-M. Pero también hay que obtenerla fuera de casa y con el árbitro comprado, ante quienes prefieren seguir con fábulas inventadas o sobredimensionadas a aceptar realidades contantes y sonantes.

Otegi ya intentó hacer pedagogía en los dos anteriores juicios a los que se enfrentó: el de Gatza y del acto de Anoeta. No le dejaron. Ayer sí pudo explayarse, y dejar en evidencia además que la honestidad de la declaración no era un intento de burlar la condena, si no el testimonio en primera persona de los hechos reales, con sus grandezas y con sus miserias. Y se produjo un efecto aparentemente inesperado, que se leía en todos los rostros de la Sala sin excepción, comenzando por el de la presidenta del tribunal, evidentemente más relajada que en su crispado acoso y derribo a Otegi en el juicio del «caso Gatza», e incluso sonriente cuando el líder independentista recordó que en aquella época era tan espiado por la Policía que «hasta comíamos juntos; eso sí, en mesas diferentes».

Que la credibilidad está ganada es un hecho, incluso en la Audiencia Nacional. El juicio, ya se verá.

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