Mikel INSAUSTI

La ópera prima del venezolano Marcel Rasquin, formado en Australia y deseoso de hacer cine independiente en Los Angeles, tiene un contenido muy clásico con un tratamiento formal más actual. Por su violento entorno social puede recordar a la descripción de la delincuencia juvenil en las favelas que hacía Fernando Meirelles en “Ciudad de Dios”, pero en el fondo es una historia de superación a través del deporte, como aquellas que en tiempos del subdesarrollo relataban la vida de los menores que encontraban en el boxeo o en el toreo su vía para escapar de la miseria. Llama la atención que Marcel Rasquin haya escogido el fútbol, un fenómeno mundial que, sin embargo, en Venezuela no es tan popular como el béisbol. Tal vez se deba a que esta modesta producción ha contado con el apoyo internacional de UNICEF, lo que le confiere a la película un tono humanista, que no casa con el supuesto patrocinio chavista que la prensa de derechas ha querido ver, hablando de un típico paternalismo de régimen izquierdista.

Tales calificativos lanzados a la ligera se dispararon a raíz del triunfo de “Hermano” en el Festival de Moscú, olvidando que los años de influencia soviética ya quedaron atrás. Ha sido el propio Marcel Rasquin el que se han encargado de aclarar la confusión en las presentaciones de la película, confirmando que no ha querido hacer cine social ni tampoco cine de denuncia. Se trata simplemente de contextualizar el caso de dos hermanos que se quedan huérfanos en una barriada marginal de Caracas, y que escogerán caminos distintos por entender la supervivencia cada uno a su modo. La oportunidad del fútbol profesional hará que el mayor se sacrifique por el menor, el recogido de las calles, porque es el que tiene mayores posibilidades de ver realizado su sueño. Una idea que se extiende prácticamente al resto de la colectividad, en cuanto que el futuro as del balón puede servir de ejemplo para los otros “chamos” atrapados por una violencia que se cobra nuevas víctimas a diario.