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EH Jaietan | Iruñeko Sanferminak, Momenticos sanfermineros: 1984

Gigante tocado, marine hundido

Accidentados, muy accidentados, fueron los Sanfermines de 1984. Tras el Riau-riau que, por primera vez, no logró siquiera salir del Ayuntamiento, se sucedieron los percances. Hasta el rey europeo tuvo que pasar por la enfermería por un borracho. Gajes del oficio.

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Ramón SOLA I

Un marine fue el pro- tagonista principal de las fiestas del 84. Se llamaba Stephen Townsend y estaba destinado en una base yanki en Italia. Desde allí se le ocurrió hacer una escapada a Iruñea, que estuvo a punto de ser la última de su vida. En la academia militar no le preparaban a uno para esto.

El 10 de julio, un toro de Osborne regó Estafeta con la sangre del soldado. Apenas hacía un par de años desde que los encierros se recogían íntegros en imágenes de televisión, y aquella sucesión de cornadas quedó en la retina de todos. Una de ellas le seccionó la femoral y entró en la carne 40 centímetros. Townsend tenía entonces 23 años, así que hoy debe rondar los 50 si vive. Aquel día, desde luego, volvió a nacer. Lo narraba días después en ``Diario de Navarra'', con ese aire de Chuck Norris que se dan en estos casos los estadounidenses, y más aún si son del Ejército: «Luché con el toro a vida o muerte, con los brazos, con las piernas y con todo mi cuerpo. Solo quería escapar de él, pero era un muñeco entre sus astas. Intenté dominarlo, luché por detenerlo y por huir y en ese enfrentamiento ni siquiera noté que me clavaba el cuerno».

«Cuando me dejó, conseguí reptar hasta la acera -añadía el marine, definitivamente transmutado en Clint Eastwood-. Mi cuerpo se iba llenando de sangre, pero hasta instantes después no comprendí que era la mía y que salía a borbotones. Entonces sentí todo el pánico del mundo y grité para que me auxiliaran. Luché por no perder el conocimiento, pero sólo cuando he visto las fotografías he comprendido que, sin saberlo, para lo único que luchaba ante el animal era para vivir».

Townsend sobrevivió en Iruñea, tras dos horas y media de intervención quirúrgica después de haber llegado al hospital con un «shock hemorrágico». De ahí lo mandaron a un hospital militar estadounidense de Alemania. Vaya escapada.

Riau-riau «interruptus»

Pero más cornadas dan los «patas», debió pensar el rey europeo. Con esa etiqueta tan clásica y ya en desuso definían los diarios locales al mozo que, animado por alcohol, decidió intentar bailar al gigante sin tener ni pajolera idea, y que, trastabillado por el mismo motivo, acabó rodando por los suelos. El parte médico del gigante se podía equiparar al del marine, salvo en la cuestión de la sangre: a saber, contusiones en «entrecejo, nariz, moflete derecho, parte posterior del cuello y clavícula izquierda». Osease, un hostión como un campano.

El gigante acabó en el taller, mientras la prensa seria arengaba a los pamplonicas y visitantes para que se abstuviesen de meter sus embotadas cabezas dentro de la delicada entrepierta de los gigantones. El caso es que el percance, ocurrido ante el mítico bar Montón de la calle San Francisco, le dio un toquecillo de épica a la celebración de la comparsa, que esos Sanfermines cumplía 125 años.

Y luego estuvo lo del Riau-riau. Las vísperas habían estado marcadas por el ultimátum de La Pamplonesa. Después de que las últimas ediciones se estiraran hasta casi entrada la noche, los músicos decidieron que el calvario no debía ir más allá de las tres horas, así que para las 19.30 la marcha debería haber llegado a San Lorenzo. Tres horas para recorrer 500 metros a 30 grados de calor ambiental y otros 30 aproximadamente de calor humano añadido parecía algo razonable, para nada desmesurado.

Pero la mocina mandaba, y decidió justo lo contrario: que la Corporación ni siquiera iba a salir del Ayuntamiento. Tras dos horas sin poder cruzar el umbral, en los que la prensa contaba que los sones del vals de Astrain se completaban con gritos de apoyo a los presos y refugiados vascos, el alcalde Balduz decidió que ya valía. A las 18.30 se acabó la fiesta: era la primera vez que el Riau-riau se quedaba clavado en la salida.

Y un retrato del Rey

Por lo demás, la vida seguía igual en la vieja Iruñea y la Vasconia toda, igual que antes e igual también que después. Por ejemplo, se destacaba la noticia de que Gabriel Urralburu, el nuevo presidente del Gobierno navarro, le había mandado al alcalde de Leitza un retrato del Borbón, para que lo pusiera en el salón de plenos. ¿A que suena?

A pocos días de las fiestas, los lugareños habían disfrutado de un potente concierto «kontra la represión» en el instituto Irubide de la Txan, con unos chavalillos llamados Barricada y otros tres grupos auténticamente pioneros: Tubos de Plata, Porkeria T. y Belladona. Sin embargo, llegados ya Sanfermines predominaban cutreces foráneas como un tal Bertín Osborne, al que el Club Natación presentaba como lo último de lo último. Seguramente ni él habría pensado que casi tres décadas después el Ayuntamiento pamplonica le seguiría contratando como estrella festiva.

Y es que sí, como cantarían pocos años después los Tijuana, la vida sigue igual: joder que bien se está en nuestra capital, txikita y apañada, pero pa qué quieres más.

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