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Leigh Fermor, un erudito en el camino

Coincidiendo casi con su fallecimiento, ocurrido el pasado diez de junio, la editorial Acantilado publica la obra de Leigh Fermor «Roumeli, viajes por el norte de Grecia». Fermor, que fue un gran viajero a pie y un erudito seducido por la cultura clásica en general y la griega en particular, hizo de su vida la mejor de sus obras.

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Juanma COSTOYA |

En su obituario, publicado en el periódico inglés «The Guardian», se afirmaba que si hubiera necesidad de buscar un santo patrón de los autodidactas debiera ser el propio Leigh Fermor quien ocupara tan distinguida función. En efecto, la vida viajera, culta hasta la erudición, vividora y aventurera que distinguió la existencia de Patrick Leigh Fermor, Paddy, como le conocía todo el mundo, fue una continua demostración de que lo importante en esta vida no es prepararse eternamente para hacer cosas, sino, simplemente, hacerlas.

Leigh Fermor falleció con 96 años cumplidos en su casa de Worcestershire en la campiña inglesa, un hogar que combinaba en sus últimos años con la casa levantada en Kardamyli, en medio de un olivar salpicado de cipreses que se precipitaban hacia el mar, al sur del Peloponeso. Y es que, Grecia, la clásica, la bizantina, la ortodoxa, la otomana, y la inclasificable vitalidad de sus habitantes, mezcla de orientalismo y mediterráneo, de fatalismo y sentido práctico, fue una de las pasiones imperecederas de Leigh Fermor. A lo largo de su extensa y fecunda vida tuvo muchas más: la historia, la arquitectura, los viajes, la lingüística, la escritura, la geografía, la cultura clásica, la lectura...

Europa a pie

Hijo de un geólogo convertido en alto funcionario del Imperio Británico (la femorita es el mineral que su padre puso en los manuales) y de una mujer inteligente y vital que quiso ser aviadora, Leigh Fermor navegó, desde niño, a contracorriente. Asilvestrado en su infancia y expulsado de diferentes colegios, su padre se encargaría de su educación que consistió básicamente en vivir al aire libre y en caminar durante horas con los sentidos alerta y un libro en la mochila.

A los 18 años, cuando el resto de congéneres se embarcaba en la universidad, Fermor decidió aprovechar el tiempo y desembarcando en la costa holandesa en 1933 comenzaría una singladura que le llevó caminando hasta Constantinopla en el transcurso de dos años largos. En el trayecto conoció una Europa culta y vital en trance de inmediata desaparición. Buscó alojamiento en fondas, pero también pasó muchas noches en pajares y establos. Su educación y su natural don de gentes le franquearon también las puertas de casonas rurales y castillos. En sus propias palabras: «Pasar de dormir en un pajar a hacerlo en una cama con dosel y volver de nuevo al pajar es una secuencia muy recomendable».

Mientras caminaba hacia oriente, siguiendo la estela del Rin primero, y después del Danubio, mitad vagabundo, mitad peregrino, Leigh Fermor sintió que estaba poniendo los pilares de su vida posterior. La vigorosa y diversa civilización europea quedó para siempre impresa en su ánimo y las negras nubes de los totalitarismos en auge le hicieron apreciar aún más la exquisitez y fragilidad de la cultura del Viejo Continente.

Guerrillero en Creta

En su doble condición de avezado montañero y políglota que incluía el griego y latín entre su bagaje, la segunda guerra mundial le hizo precipitarse en paracaídas sobre la montañosa isla de Creta. Allí, sirviendo de enlace británico con la resistencia griega, disfrazado de pastor y en la compañía del legendario W.H.Moss y de una partida de guerrilleros cretenses, decidió, por cuenta propia, secuestrar al general Kreipe, máxima autoridad del ocupante ejército alemán en la isla. Este episodio fue uno de los más intensamente fermorianos de su existencia y resume, de un plumazo, su sentido del deber y su condición humana. Y es que con el jerarca ya en su poder, mientras se escondían en las alturas cretenses, en las laderas del monte Ida, Kreipe, al contemplar las nevosas alturas que lo rodeaban recitó la primera estrofa de la oda de Horacio «Ad Thaliarchum».

Fermor, un latinista entusiasta, completó el poema en latín de memoria para asombro del oficial de la Wermacht que creía haber sido secuestrado por un atajo de pastores metidos a insurgentes. A pesar de cumplir con su obligación y de entregar al oficial a un submarino británico llegado hasta la costa cretense para la ocasión, Fermor afirmó que nunca más pudo mirar a aquel hombre como a un enemigo. Su comportamiento en Creta le valió ser nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico, además de ser condecorado con la Orden de Servicios Distinguidos. En un plano más prosaico el director de cine Michael Powell rodó una película «Emboscada nocturna» basada en estos hechos y que contó con el actor Dirk Bogarde en el papel principal. Fermor siempre abominó, divertido, de la película.

Escritor

A lo largo de su vida escribió ocho libros, el primero de los cuales «The traveller´s tree» (1950) recoge su experiencia como viajero en las antillas, saltando de isla en isla, de Jamaica a Haití y de la Dominica a la Martinica. Su segundo libro, «Los violines de Saint Jacques»(Tusquets), publicado en 1953, fue su única novela, y es, quizás, el menos redondo de todos.

La prosa de Fermor alcanza su más alto nivel en los volúmenes dedicados a sus viajes y en especial a los que tienen Grecia como destino. Tanto en «Mani. Viajes por el sur del Peloponeso» como en «Roumeli. Viajes por el norte de Grecia», ambos editados en Acantilado, la escritura de Fermor, tan taraceada de detalles, tan expresiva, tan erudita y a la vez tan redonda y armónica, transforman al lector en un absorto seguidor de sus giros y peripecias. Nunca pareció tan claro que vislumbrar, aprender y divertirse fueran la misma cosa.

Casi cuarenta años después de aquella épica caminata que le llevara en su juventud a alcanzar Constantinopla, Leigh Fermor plasmaba esta experiencia en «El tiempo de los regalos», el primer volumen de una trilogía que ha quedado inconclusa. «Entre los bosques y el agua» (1986) fue su segundo tomo. A pesar del tiempo transcurrido entre la acción y la escritura, la prosa de Fermor se mantuvo fiel a sus mejores características, fresca, detallista y con una erudición que lejos de abrumar al lector, lo estimula.

Al igual que en sus libros de viaje por Grecia, una especie de luz dorada y otoñal parece iluminar los diferentes capítulos. Sus páginas destilan la melancolía que se desprende de una cultura tan profunda y sutil como abandonada e irrecuperable. Ya no quedan sino vestigios de aquel pasado esplendor en la misma medida que ya casi nadie viaja andando o en burro alimentándose de cultura, bebiendo paisajes y con las alforjas llenas de libros.

Si algo se le puede reprochar al autor es que no entregara al gran público la que iba a ser la tercera y última parte de aquella fenomenal aventura, la que le permitió llegar andando hasta las antiguas murallas bizantinas que defendían con su abrazo a la mítica Constantinopla.

Biografía

Patrick Leigh Fermor fue, al parecer de los que tuvieron el privilegio de tratarlo, un hombre bien humorado, suavemente irónico, siempre dispuesto a acoger en su refugio de Kardamyli a cuantos gustasen de una buena conversación y de un vaso de retsina. Muchos viajeros, antropólogos, lingüistas o simplemente curiosos pasaron por allí, entre ellos Bruce Chatwin, el autor de «En la Patagonia», del que se convirtió en mentor y amigo.

Fermor demostró a lo largo de su vida ser un estoico cuando la ocasión lo requería pero también un sibarita y un gran vividor. Su amiga, Artemis Cooper, esposa del historiador Anthony Beevor, fue la encargada de coordinar una antología con sus textos que se publicó en Londres bajo el título genérico de «Words of Mercury» (2003). Fue también la designada por Fermor para publicar su biografía con la mención expresa de que ésta sólo vería la luz una vez fallecido su protagonista.

Casado con la aristócrata Joan Elizabeth Rayner, fotógrafa de mérito y acompañante del autor durante cincuenta años, Leigh Fermor mantuvo una dilatada, literaria y humorística correspondencia con Nancy Mitford, duquesa de Devonshire y autora de la novela «Amor en clima frío» (Libros del asteroide).

Balasha Cantacuzene, la princesa bizantina

El gran amor de la vida de Leigh Fermor fue la princesa Balasha Cantcuzene, a la que encontró en Atenas. Ella tenía 32 años y él solo 20 y había llegado a la capital griega, cómo no, andando, procedente del Monte Athos. El flechazo fue instantáneo y ambos se fueron a vivir a un molino en el Peloponeso. Mientras ella pintaba, Fermor escribía. Meses más tarde decidieron mudarse a la casa solariega de Balasha, en la Moldavia rumana. Acogido por aquella familia vivió dos años dichosos, en una mansión repleta de libros y cuadros, donde no había electricidad, se hablaba en francés y se jugaba al ajedrez incansablemente. La invasión nazi de Polonia puso punto final al sueño. Fermor y la Cantacuzene se despidieron pensando en volver a verse en breve pero hubieron de transcurrir 26 años antes de su encuentro. La Rumanía de Ceucescu expropió las propiedades familiares de los Cantacuzene y convirtió la mansión en un manicomio. Balasha sobrevivió en una buhardilla de Bucarest dando clase de pintura, inglés y francés.

Torre Galata, de 61 m de altura, se aprecia casi desde cualquier punto de Estambul. GARA

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