Juan José Padilla, un diestro que gusta en Iruñea por su arrojo, no tuvo suficiente toro como para verse recompensado con alguno de sus apéndices. Tal y como suele ser costumbre en él, el matador jerezano se dejó la piel en la arena, agradando en la suerte de banderillas, donde casi sufre una enganchada.

Con el cuarto de la tarde estuvo más cerca de tocar pelo, pero su faena se hizo excesivamente prolongada y acabó diluyéndose. Entró correcto a matar y escuchó la ovación. Nada pudo hacer en el primero, que fue ver la muleta y venirse abajo. Para más inri, acabó cortándose la mano con el estoque. Silencio.

La maestría a la hora de matar de Padilla le hubiese venido muy bien a Rafaelillo, al que le faltó estar preciso en esta faceta para llevarse premio. Una pena, porque el torero murciano birló una buena serie de pases por ambos pitones al quinto, sacándole mucho mayor partido del que tenía. Pero falló con la espada. Nada pudo con el segundo, con escaso recorrido, sin terminar de pasar.

Similar mala suerte tuvo Serafín Marín, al que quizás le tocó el peor lote -si es que lo hubo bueno-, con un tercero sin rasmia, llegando ya muy parado al trapo. El sexto, bastante más despierto, tampoco dio pie al lucimiento. El catalán estuvo mucho tiempo delante de su enemigo, pero le sirvió de bien poco.