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Raimundo Fitero

Son presencia

Algunos habitantes del planeta televisión no son personas, son presencias. No son, están, porque se empeñan sus agentes, sus contratantes en que lo sean. Son productos mediáticos que se van reconstruyendo desde el caos. Algunos de estos mutantes han tenido vidas anteriores en las que han sido torero, peluquera, administrativa o incluso licenciado en periodismo. Todos tienen un pasado que se reinventa en cada presencia en un plató. Estas presencias son una variación populista de artistas, políticos y deportistas. Pero a veces, se convierten en noticia. Y las noticias parecen venir en paquetes familiares.

La princesa del pueblo ha sido bautizada por Hacienda: ahora es una morosa embargable. Le solicitan trescientos mil euros y van a por su chalet valorado en unos cuantos cientos de miles más. Nada para ella. Belén Esteban gana eso en un trimestre, en la parte declarable, porque en la parte oscuro, ni se sabe, y si se tiene que maquillar más veces, si tiene que estar más horas en pantalla para arreglarlo, lo hará. Tiene un patrón en Tele 5, ducho en estas cuestiones. Pero no deja de ser curioso que este icono poligonero, esta musa de los outlet, esta abanderada del braguetazo convertido en diplomatura y master, acabe en los papeles por estos desajustes con los impuestos.

Su antagonista, la Campanario, señora de Jesulín ha sido noticia de continuidad por su juicio, del que ha salido condenada a un año y pico de prisión por estafa, suplantación, es decir por robar al erario público, ella y su mamá. Los articulistas del género le llamarían vidas paralelas. Y son para lelas y para lelos, pero forman parte del paisaje de corrupciones, corruptelas, desfachateces y transmisión de valores de descomposición democrática. Roban, engañan, defraudan, estafan, justo lo que pueden. Es un poco, en comparación, pero si pudieran defraudar como los grandes, Gil y Gil, Bautista, etcétera, que nadie lo dude, lo harían. Han nacido para triunfar, no importa donde ni en qué. Y mientras estén, aunque sea como convictos, lo aprovecharán para aumentar su cuenta corriente. De hecho, son un paradigma, un ejemplo, una escuela de costumbres, un programa político.

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