Guerra de imposible victoria militar
El hermano del presidente de Afganistán, Ahmed Wali Karzai, murió ayer tiroteado por su jefe de seguridad. Con la muerte de la persona que controlaba la situación en Kandahar -plaza fuerte y bastión espiritual de la insurgencia talibán-, y por extensión todo el sur de Afganistán, se abre un vacío de poder de consecuencias difícilmente predecibles. Wali Karzai, antiguo restaurador de un local de comida afgana en Chicago y en nómina de la CIA desde hace más de una decada, con conexión directa y familiar con la presidencia en Kabul, un rol dominante en la poderosa tribu Popalzai y jefe del Consejo provicial de Kandahar, simbolizaba la cara moderna del «señor de la guerra» de siempre. Según numerosos analistas, dinamizaba un sindicato del crimen de estilo mafioso - reclutaba y dirigía una poderosa milicia paramilitar, estímulaba la producción y el tráfico internacional del opio, verdadero nervio de la guerra, y lavaba miles de millones de dólares-, pero la OTAN y multitud de servicios de inteligencia exteriores preferían hacer «con él» que «contra él». De hecho, la que se presentó como ofensiva final contra el irredento territorio pastún de Afganistán, necesaria para una retirada honorable de los ocupantes, no podría haberse realizado sin el concurso de la persona más poderosa sobre el terreno.
Un viejo probervio afgano dice que «quien controla Kandahar, controla Afganistán». Las guerras que han librado, contra británicos, soviéticos, y ahora contra estadounidenses, han tenido en esa zona su punto de inflexión. Este ataque, además de golpear el punto de apoyo más sensible de la estrategia ocupante, demuestra que el poder y la seguridad no tienen monopolio estatal, que el largo brazo de la insurgencia hace tambalear la administración «títere» y desmonta el relato de lo que en realidad es una guerra contra un imposible: la victoria militar.
Sarkozy, que acompañaba a Hamid Karzai, declaró que «hay que saber terminar una guerra». La muerte de Wali Karzai retrata el fracaso de la ocupación. Y demuestra que siempre es más fácil empezar una guerra que terminarla.