Declarar la quiebra de Grecia ya no es tabú, pero tampoco la solución para la crisis de la eurozona
Con la oposición del Banco Central Europeo, los estados de la eurozona se desdicen y empiezan a dar por buena la quiebra, más o menos «parcial», de Grecia. Lo que era un secreto a voces elevado a categoría de tabú se confirmó ayer. El impago de ciertas obligaciones de la deuda abre un nuevo horizonte, más flexible, para maniobrar frente al dictado de los acreedores. Sin embargo, el BCE alerta de un efecto dominó y amenaza con dejar de inyectar liquidez. La tensión se mantiene, por tanto, en todo lo alto. Y constata que la estrategia de rescate de los estados del euro no está funcionando.
En realidad, y expresado en sentido estricto, demuestra que ni siquiera puede llamarse estrategia a algo cuyo objetivo es comprar tiempo a un precio que no tiene sentido. Ir saltando de país en país, de un paquete de rescate a otro, mientras los especuladores y sus acólitos -las agencias de calificación de riesgo- van marcando nuevos candidatos para futuras crisis, no puede presentarse como tal. Mientras no se restaure la primacía de los gobiernos sobre los mercados, y se actúe con una nueva visión europea que sitúe el euro sobre una nueva base común -que permitiría los eurobonos- se seguirá la fallida política del parche.