De vez en cuando leo los mensajes enviados a los periódicos españoles por una serie de lectores que me producen horror. La capacidad hispánica para generar conclusiones automáticas, y por tanto normalmente disparatadas, ha crecido vertiginosamente en los últimos años. A la hora de producirse la tragedia de Oslo cientos de mensajes habían iniciado la guerra santa contra el islamismo. Muchos de esos mensajes ni siquiera estaban dirigidos a organizaciones armadas musulmanas sino a la nación islámica en su integridad. Según esos correos estaba claro que el islamismo insistía en su agresión al cristianismo, que era aludido aquí como fuente de un amor justo y pacífico, por lo que sugerían multiplicar las cruzadas contra ese inmenso grupo humano que penetraba en nuestras tierras con odio a Occidente. Por lo visto no cuentan ya las agresiones de Occidente a quienes no han respondido con violencia hasta no verse martirizados por la violencia occidental. Pero lo que sorprende es que cuando la policía vió el origen del atentado en gentes de la ultraderecha la cruzada urgida por tantos españoles cambió de tono y habló de unos locos que siempre existen en todas las organizaciones. Se hizo un silencio lamentable, por lo que tiene de ignorancia y odio despreciable y trágico, en torno a las gentes del Islam. Uno es occidental con tristeza y cristiano con salvedades. Y ha sentido como un vómito al habitar la tribu que habita. Claro que uno también es marxista, es decir, criminal ingénito. Por lo tanto debe aceptar sólo una entre las violencias existentes. Santo, Santo, Santo, Dios de los ejércitos.