Hace tres años, en medio del pánico mundial desatado por el derrumbe de Lehman Brothers, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, planteó la necesidad de «refundar» el capitalismo. Aunque no precisó en qué sentido había que redefinir el sistema, sus palabras sonaron bien en los oídos de quienes consideran que el capitalismo, en su fase actual de casino desatado, resulta insostenible. Aquella propuesta se evaporó, lo mismo que las frenéticas reuniones del G-20, y el precio de la inacción de los líderes se está viendo ahora con el recrudecimiento de la crisis. Ayer, precisamente, el protagonista del caos fue Francia, que sufrió una drástica caída de sus valores bursátiles y un aumento notable de la prima de riesgo a raíz de los ataques de los especuladores. Por supuesto que Francia es un bocado apetitoso para los tiburones, si se considera, entre otras cosas, la elevadísima exposición de sus bancos a las deudas griega o italiana. Sin embargo, el problema de fondo es el que se ha expuesto aquí en muchas otras ocasiones: lo que más atrae a los especuladores de Europa es su división, sin la cual tendrían muchas más dificultades para llevar a cabo sus depredaciones. También saben los especuladores que Europa ha sido incapaz -por negligencia o por convicción ideológica- de concebir otra receta para hacer frente a los mercados que recortar gastos sociales, suprimir conquistas laborales, cortar inversiones públicas y privatizar, como ha hecho y seguirá haciendo Sarkozy. Todo está, pues, servido para que los grandes jugadores del casino se sigan cebando en Europa (...).