La desastrosa situación económica ha avivado el viejo debate del modelo de Estado. Rubalcaba dio inicio al baile de propuestas cuando señaló a las diputaciones como próximo objetivo a suprimir. Y, una vez abierto ese melón, día sí y día también se suceden los pronunciamientos sobre qué niveles institucionales habría que hacer desaparecer.

El argumento del ahorro económico no consigue, sin embargo, esconder el objetivo confesado de una nueva reformu- lación centralizante y centralizada del Estado. Pero no se ponen de acuerdo sobre dónde meter el cuchillo. Ayer, sin ir más lejos, encontrábamos dos ejemplos totalmente opuestos. Así, Alfonso Ussía, en «La Razón», se mostraba partidario de fusionar municipios a tutiplén, pero advertía de las dificultades para ello.

El españolísimo dejó el miedo a sus fantasmas tradicionales y apuntaba en otra dirección: «Los nacionalismos vascos y catalán son menos peligrosos que los aldeanismos de la inmediatez. Al fin y al cabo, los nacionalismos periféricos no son más que un negocio sustentado en el chantaje al Estado». O sea, que los abertzales ahora son un problemilla frente a la separación de los pueblos. Pues bien, esta servidora está contenta con que vaya rebajando el tono, desdramatizando la cuestión vasca y quitando veneno al lenguaje.

Apuesta por el modelo de Berlusconi, que ha eliminado centenares de municipios, pero advierte en un tono desafiante: «A ver quién es el guapo que se atreve a hacerlo en España».

El mismo día, los voceros del facherío más desacomplejado afilaban los cuchillos para cortar en otra dirección. En «Libertad Digital» Pablo Molina apuntaba directamente: «¿Y las autonomías no sobran?». Sin cortarse ni un pelo iba directo al grano: «Si los políticos fueran sinceros con ellos mismos y leales con los contribuyentes, acordarían de inmediato una reforma constitucional para eliminar las 17 comunidades autónomas, el mayor desastre económico y político que ha padecido jamás un país civilizado y causa principal de que nuestro futuro común sea perfectamente inviable».

Ya ven como está el patio vecino. Nos llega el momento para una propuesta de país compartida que corte esas amarras.