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50 aniversario del accidente de Asparrena

Araia decide no olvidar la tragedia del horno alto

Hace medio siglo, el horno alto de la fundición Ajuria explotó en Asparrena, Araba. El estallido hirió mortalmente a ocho personas. El Ayuntamiento de Araia inauguró ayer un monolito en recuerdo de los obreros y emitió una declaración oficial de solidaridad con las familias. Con ello, Araia busca concienciar a los vecinos en la lucha contra la precariedad.

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Aritz INTXUSTA

Las víctimas de un accidente laboral tienden a ser anónimas. Enseguida pasan a formar parte de estadísticas que utilizan los sindicatos para reclamar más seguridad para los puestos de trabajo. Sin embargo, a veces una tragedia es tan grande que se queda grabada a fuego en la memoria colectiva de un pueblo. Así ocurre en el valle de Araia. El accidente que no logran borrar de su memoria ocurrió hace ya 50 años. En él perdieron la vida ocho de los trabajadores de la fundición Ajuria, una de las empresas más importantes para la industrialización de Araba y de toda Euskal Herria.

El horno alto de la fundición, localizada en Asparrena, estalló muy temprano. De haber sucedido veinte minutos más tarde, habría sido aún más grave, porque comenzaba el turno de las ocho de la mañana. Aun así, la explosión afectó a ocho trabajadores: Felipe Santa María, José Mendia, Ángel Mendia, Fermín Martínez, Damián Fernández, Fortunato Ángel Lopetegi, José Miguel Ángel Gómez de Segura y Francisco de Paula. Los ocho fueron trasladados al hospital de Gasteiz, pero ninguno logró recuperarse.

La tragedia sacudió el pueblo el 17 de agosto de 1961 y el Ayuntamiento aprovechó el aniversario para sacar adelante una moción presentada por el grupo mayoritario (Bildu) y refrendada por unanimidad. El pleno se abrió a la ciudadanía y la sala estaba abarrotada, no había sillas para todos. Muchos de los presentes eran ex trabajadores de Ajuria, pero también se presentaron numerosos familiares, algunos de ellos con crespones negros de duelo. Salvo Ángel Mendia, que se había casado tres meses antes del accidente, todos los que murieron tenían varios hijos. La mayoría de descendientes vive cerca del pueblo y ayer, en la sala, había más de una docena de nietos.

«Queremos recordar aquellos hechos para que no se vuelvan a producir, queremos aprender de nuestra historia y que ella nos sirva de guía insoslayable para modificar una realidad que hoy también se está produciendo en nuestro país», expuso el alcalde, Diego Gastañares. La declaración institucional se solidariza con las víctimas y hace extenso ese reconocimiento a todas las víctimas de accidentes laborales. Posteriormente, y después de haber celebrado una misa en honor a los fallecidos, se inauguró un monolito en el centro del pueblo, en lo que se conoce como «El Prado». Se trata de un recordatorio sencillo, pero emotivo, de los que se entienden fácilmente: una ennegrecida y vieja vagoneta de la fundición sobre una gran piedra, en la que destaca una placa conmemorativa con los nombres de los ocho trabajadores.

Este accidente, al quedarse grabado en la memoria colectiva del pueblo, permite observar con perspectiva las verdaderas consecuencias de una tragedia como esta. Jesús María Gómez de Segura es el tercer hijo, el más pequeño, de una de las víctimas. «Mi hermano mayor tenía 3 años, a mí me pilló con ocho meses», relata Gómez de Segura. Enviudar es duro siempre, pero en 1961 era, si cabe, peor. «Mi madre se vio obligada a ganarse la vida como pudo. Se marchó a Elorrio, donde empezó a trabajar como cocinera en un internado. A cambio, consiguió que aceptaran en ese colegio a mis dos hermanos mayores. A mí me tuvo que dejar con unos tíos de Donostia», recuerda. Gómez de Segura no vivió con su madre hasta que cumplió los 19 años. «Este reconocimiento era necesario. Todo el mundo conoce el accidente, pero nunca se habla de eso. Sólo a veces, cuando se enteran de que eres hijo de uno de los que murieron, comentan algo. En realidad, no he sabido hasta hace bien poco qué ocurrió exactamente», afirma.

La hermana de José Mendia, Mari Carmen, recuerda como el accidente dejó huérfanas a sus dos sobrinas. Mendia tenía 38 años cuando estalló el horno y sus dos hijas tenían 5 y 3. Los accidentados tuvieron un poco de ayuda económica en un primer momento, pero está claro que no bastaba para sacar adelante a una familia. La viuda trabajó en la pescadería del pueblo y limpiando casas.

La mayoría de las familias golpeadas por la tragedia se quedaron en Araia o en los alrededores. Sólo una se marchó lejos, la de Francisco de Paula. Él era natural de Andújar, en Jaén, y su familia volvió a su tierra después del accidente. No obstante, ayer su hermano viajó hasta Araia para estar presente en el pleno y en la inauguración del monumento a las víctimas.

La empresa donde trabajaban todos

Además de por la gravedad del accidente, lo ocurrido en el horno alto caló en la población de Araia porque todos conocían bien la fundición. «Esto fue uno de los principales motores de la economía alavesa. Fue la primera fundición moderna de Hego Euskal Herria y tuvo una importancia fundamental, por ejemplo, durante las guerras carlistas. Aquí se hacía munición», explica el alcalde, Diego Gastañares. La familia Ajuria empezó con su emporio en la comarca de Araia y llegó a hacer muchísimo dinero. Hoy, la residencia del lehendakari está en una de sus propiedades, en Ajuria Enea.

La fundición, que data del siglo XIX, se asentó en este lugar porque ya existía una tradición metalúrgica desde mucho tiempo atrás. Había herrerías, carboneros y molinos que aprovechaban la fuerza de los ríos para trabajar el metal. A lo largo de las décadas, la empresa creció y menguó en cuanto a plantilla, pero prácticamente todas las familias de los alrededores tienen a alguien que trabajó directa o indirectamente para la familia Ajuria, hasta que el complejo industrial se cerrara definitivamente hace 37 años.

La conmoción que supuso el accidente en el pueblo fue descomunal. Además, la pesadilla se alargó durante varias semanas, puesto que la explosión no segó la vida de los obreros al instante, sino que muchos fallecerían tiempo después en el hospital. Milagros, la hermana de Ángel Mendia (primo de José, el otro Mendia fallecido), mantiene un recuerdo muy vivo. «Éramos vecinos de la familia de José. Ellos se enteraron antes. Su mujer nos dejó las crías en casa y se marchó para allá. Luego nos enteramos que mi hermano también estaba afectado, así que tomamos un taxi y nos marchamos para Gasteiz, a verle en el hospital», explica Milagros. «Aquello era un lío tremendo. Tantos ingresados de golpe supuso un pequeño caos. Cuando llegamos, los estaban distribuyendo por las habitaciones. Mi hermano aparentemente tenía mucha vida, duró varias semanas en el hospital», continúa. Sin embargo, los efectos de la explosión habían causado heridas fatales a nivel interno, y además los obreros habían inhalado los gases que emanaron del horno al explotar.

«Si esto hubiera ocurrido hoy, no sé, pero pienso que alguien haría algo. Entonces se hizo muy poco por saber realmente lo que ocurrió. No se abrió una investigación seria ni nada», continúa Milagros Mendia. No obstante, sí que Araia guarda en su memoria una explicación sobre las causas de la catástrofe. Al parecer, el detonante fue el mismo que el de la mayoría de los accidentes laborales que hoy en día se continúan sufriendo en Euskal Herria: la avaricia.

En Asparrena había dos hornos que se encendían alternativamente. Normalmente, un horno se apagaba tapandolo con piedra caliza de la zona, que es muy porosa. De esta forma, el fuego se sofocaba poco a poco, mientras se iba quedando sin oxígeno. Sin embargo, a algún mando le pareció que era necesario que ese horno se enfriara más deprisa. Para conseguir ese efecto, se tapó el fuego con arcilla, un material menos permeable, que no tiene poros, para así cortar la combustión de raíz. Desgraciadamente, el cambio en la técnica no dejó liberar los gases a la velocidad necesaria, convirtiendo el horno en una gigantesca olla exprés, que acabó por reventar. Pese a que esta versión parece plausible, la falta de una investigación impide que se conozca con certeza qué es lo que ocurrió.

En la declaración oficial que emitió el Ayuntamiento de Araia se expresa con nitidez el sentido de todos estos actos conmemorativos: «Este hecho luctuoso no se debería de haber producido, pero nos hace más solidarios en la lucha por los derechos de los trabajadores y trabajadoras en cuanto a la consecución de unas condiciones de trabajo dignas». Aunque, quizá, lo deseable no es que este recuerdo sirva únicamente para concienciar a los vecinos de Araia, sino para hacer de Araia un símbolo de la lucha por unas condiciones dignas de trabajo.

 

90 trabajadores

En el momento en que se produjo el accidente, el complejo metalúrgico de fundición se llamaba San Pedro de Araya, y la plantilla estaba compuesta por 90 personas. El complejo se mantuvo en funcionamiento hasta el año 1985, cuando echó el cierre de forma definitiva.

Ruta natural

La fábrica está en un estado de semiabandono. Sin embargo, el enclave en el que se encuentra es muy bello, en la montaña, cerca de los primeros yacimientos de hierro. Por ello se han establecido paseos naturales que pasan por la vieja fundición.

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