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Iñaki Egaña Historiador

La estrategia de la tensión

La idea, por lo visto diseñada en la década de los 70 en los despachos de la tenebrosa red Gladio, es sencilla. La tensión generada por diversos acontecimientos, atentados, huelgas, confabulaciones, etc., obliga a los sectores más reaccionarios a tomar decisiones drásticas, después de desprestigiar, en la totalidad, a su enemigo político. Detrás de la misma, militares y servicios secretos. Y detrás de ellos, obviamente, los dueños del dinero y de las fronteras.

Los libros de estrategia militar y política citan a la red Gladio como promotora de esta iniciativa, pero en realidad la idea es tan vieja como la vida misma. Los golpistas de 1936, al igual que Hitler en 1939, airearon el peligro comunista para lanzar sus tanques contra el pueblo. Fernando el Católico adujo un pacto secreto de Iruñea con Francia para invadir Navarra y el triángulo del terror (Bush, Blair y Ánsar, ¿o se escribe Aznar?, ya de tantos chistes he perdido la noción de la realidad) destrozaron Irak a cuenta de unas inexistentes armas de destrucción masiva.

La tensión, con otros enunciados, es algo que nos resulta familiar. Al poco de nacer ETA, uno de sus primeros ideólogos de la teoría revolucionaria, José Luis Zalbide, ya señaló que a toda acción armada o propagandística le seguiría una represiva, de cualquier calibre. Zalbide, por cierto asesor del actual alcalde de Zaragoza cuando fue ministro español del Interior, incidió en lo que aportaron los de su generación: la capacidad para responder de nuevo a la represión y aumentar la espiral de la tensión. El dicho señala que en río revuelto los pescadores aumentan sus posibilidades, aunque la experiencia nos remarca que quienes a menudo salen beneficiados son los inmovilistas.

La estrategia de la tensión, fomentada por el Estado español, tuvo su pico a la muerte de Franco. Cientos de atentados contra intereses y personas abertzales. Directamente o bajo siglas fantasmas, el objetivo era el mismo. Generar el ambiente necesario para ligar soberanía vasca con guerra. Dar la impresión de que los mastines estaban a punto de abandonar la perrera si se producía un paso más allá del permitido por esos poderes fácticos omnipresentes. Como Dios. Como en el 23-F.

Cuando Barrionuevo, Vera, Galindo y compañía se lanzaron a la caza del refugiado, el fin perseguido por los socialistas era también sencillo: generar tensión en territorio francés y especialmente en Ipar Euskal Herria, y obtener, de esa forma, la implicación de sus gestores en su estrategia política. Lo lograron, a cambio también de cientos de millones en armamentos e infraestructuras. La tensión tuvo sus frutos.

En los últimos tiempos, ETA anunció un alto el fuego «permanente, general y verificable». La tensión generada por su actividad, en principio, ha quedado relegada a mínimos, después de los dos años del anuncio. Sin embargo, a nadie se le escapa que la decisión de ETA no es del agrado de todos. La tensión, con todos los matices que se quiera, sirve de argumento a España para avanzar en su cohesión y apretar las tuercas a la disidencia.

Se podría apuntar que se puede crear tensión de la nada para mantener el mismo escenario de siempre. Es cierto y en ese punto estamos, según mi impresión. Los resultados de las últimas elecciones municipales y forales, las previsiones más cercanas y, sobre todo, el poder de la maquinaria represiva, un estado dentro del estado que no quiere perder su hegemonía, presentan aparentemente una atmósfera irrespirable (para los españoles).

Lo hicieron ya en los momentos de debilidad operativa de ETA cuando era difícil de justificar el larvado estado de excepción: supuesto acoso a la lengua española, las ikastolas como centros de formación terrorista, teorías conspirativas entorno al 11M... Los ejemplos nos llevarían al infinito. Los informes policiales en los juicios de la última década nos muestran un medio que, los que lo conocemos, sabemos inexistente. Irreal.

Hoy por hoy, las evidencias del futuro político de nuestro país pasan por unas coordenadas más o menos compartidas por un sector amplio de la población. Es evidente que, como sucede en otros procesos políticos, si el camino se hace con transparencia, humildad y determinación, la suma será importante. Trascendental. Y las expectativas parecen confirmar ese camino. No existe en Europa otro proceso con más probabilidades de éxito que el nuestro.

Por eso, la estrategia de la tensión estatal, según manual militar y político, va a tener un largo recorrido. Tengo un amigo que continuamente me repite la idea de que España se mueve desde una sala de máquinas que dicta en cada momento y a cada sector económico y político lo que debe hacer y decir. Una especie de Gobierno en la sombra, de Trilateral. Un núcleo cerrado y secreto que marca las pautas de la humanidad española. Nunca lo he creído, aunque de hacerlo, este sería el momento. La unanimidad contra los soberanistas izquierdosos (separatistas) es notoria.

Desde Vocento hasta el último edil español de cualquier pueblo vasco, desde Prisa (estamos asistiendo al Barbería más desbocado de su historia periodística) hasta los unionistas donostiarras (alguien les debería explicar las leyes físicas y la teoría de la gravedad), la ofensiva por la tensión es espectacular. Pero no ha hecho sino comenzar.

Entre tantas noticias al respecto, me han llamado poderosamente la atención las declaraciones de un tal Mariano Casado, secretario general de la Asociación Unificada de Militares (españoles). Como es sabido, el alcalde Juan Karlos Izagirre ha solicitado una reunión con la ministra hispana de Defensa a cuenta de la propiedad militar de dos fincas en Donostia. Pues bien, Casado, que se prodiga en los últimos tiempos en declaraciones sobre presencia española en Libia, Afganistán e Irak, ha contestado antes que la propia ministra: «La presencia de las Fuerzas Armadas en el País Vasco es incuestionable, porque es parte del territorio nacional, mal que le pese a algunos».

Estrategia de la tensión. La lectura es clara. Si en un tema local y secundario, que ya fue negociado y avanzado por el PSOE, los militares entran como un elefante en una cacharrería, ¿qué sucederá cuando de verdad se planteen las bases para un referéndum de autodeterminación? Euskal Herria en llamas. El conflicto de los Balcanes de los 90 será una nimiedad comparado con lo que hará la Brunete en el gran Bilbo. Acojono general.

En este escenario, la lectura de los sectores soberanistas en 2011 es la misma que hicieron los sindicatos UGT y CNT cuando la izquierda ganó las elecciones en febrero de 1936: hay que desactivar la tensión y no caer en provocaciones. La derecha en España (incluso la que se arropa de progre) no es democrática. Por eso, ojo.

Y esta derecha ampliada si no tiene argumentos, los fabrica. No habría sido la primera vez y, desgraciadamente, tampoco será la última. La industria de las pruebas falsas es bien pujante, siempre ha sido pujante en una España que, en el discurso, parece medieval. Tengo la impresión, y por eso lo apunto con nueve letras, que los ataques a las placas en recuerdo de los socialistas Múgica y Jaúregui han sido prefabricados. Para ocultar las acometidas sostenidas e ininterrumpidas contra decenas de símbolos abertzales o populares. Para llevar el debate a otro lugar. Para dimensionar y matizar las víctimas.

España lo está anunciando. Quiere tensión. Necesita tensión para torturar, para apalear presos, para elaborar informes estrambóticos sobre la existencia de armas de destrucción masiva en los despachos de la alcaldía de Lasarte, Laudio o Lesaka (hasta en las tres «L» encontrarán una señal). Necesita tensión para decir que España es una, grande y libre, democrática. ¿Por qué repiten con tanta insistencia que España es una democracia si es tan evidente? Para evitar que los vascos digan good bye.

La tensión irá en aumento en la medida que el desapego a España vaya desbrozando su camino. Lo dijo Felipe González hace unos años: la democracia (española) se defiende en los despachos y en las cloacas. Cargaremos con las provocaciones, aunque el hedor sea infame. Pero jamás abandonaremos nuestras convicciones, ni a los nuestros.

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