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La lección de los baños de Stormont

Ramón SOLA

Las memorias de sus trayectorias publicadas en los últimos años por políticos vascos y españoles resultan precedibles e intrascendentes. Seguramente se deba a que la persistencia de un conflicto aún abierto impide todavía contar muchas historias interesantes. No ocurre lo mismo en Irlanda. Por ejemplo, ya hace años que el líder de Sinn Féin, Gerry Adams, escribió un libro en el que revive décadas de enfrentamiento primero y años de búsqueda de solución después. Son unas memorias vibrantes y que no se limitan a reproducir ideas políticas o narrar sucesos ya conocidos, sino que aportan un buen número de anécdotas muy reveladoras.

Una de ellas se produce en un escenario algo surrealista y bastante incómodo: los servicios del palacio de Stormont. Adams explica que en aquella época todavía nunca había tenido una conversación directa con el entonces líder mayoritario unionista, David Trimble. El contexto de enfrentamiento abierto lo hacía tan imposible que se cruzaban mensajes siempre a través de intermediarios, aunque ambos se encontrasen cara a cara. Era todo un reflejo de las dificultades para enraizar una cultura de diálogo, que desembocase a su vez en una negociación y deparase al final un acuerdo. Dado que esta secuencia es la lógica, resulta frecuente que quien no quiere un nuevo acuerdo siempre ponga la primera barrera en el primer paso: en negar el diálogo.

Así estaban las cosas cuando Adams entró un día en los baños y se encontró allí, de pie justo a su lado y en las mismas labores, a Trimble. El líder republicano decidió que era una ocasión tan buena como cualquier otra para tratar de romper el hielo, y le planteó al líder unionista cuándo llegaría hora de iniciar un diálogo directo y franco entre los dos sectores. Ante ello, Adams cuenta que Trimble sólo le replicó con una palabra: «¡Madura!».

La anécdota irlandesa viene que ni pintada tras lo ocurrido en la balconada de San Miguel de Gasteiz y en el almuerzo festivo de Donostia, por cierto escenarios bastante más propicios para cruzar impresiones que unos retretes. Pero hay una diferencia añadida. Tras el desarrollo posterior de las cosas en el norte de Irlanda y tras la constatación en Euskal Herria del apoyo social a la apertura de un nuevo escenario, sería más lógico que fuese Juan Karlos Izagirre quien le dijera a Antonio Basagoiti: «¡Madura!»

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