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Joxean Agirre Agirre | Sociólogo

España: con «p» de Poyales

Los sucesos de Poyales del Hoyo, donde el alcalde del PP desenterró para volver a enterrar en una fosa común a fusilados del 36 sin informar a sus familias, sirven al autor para construir una obra coral que retrata la España «negra, sumisa y atroz». Conjugando la letra «p», analiza la política española y sus políticos, la prensa y otros comportamientos de la «España poyalesca». Finalmente, ante ese panorama, dirige su análisis hacia lo que suponen para Euskal Herria los comicios del 20-N y subraya su trascendencia.

Poyales del Hoyo es una pequeña localidad incrustada en lo más profundo de Ávila. Recientemente, su alcalde, del PP, decidió desenterrar y ubicar en una fosa común del cementerio local los restos de diez personas fusiladas en el término municipal por el bando franquista tras el golpe de estado de 1936. Lo hizo sin comunicar sus intenciones a los familiares de buena parte de los afectados por aquella profanación. Ante semejante atropello, varias asociaciones defensoras de la Memoria Histórica convocaron un sencillo acto de desagravio en Poyales del Hoyo.

Según relató un representante de los convocantes, fueron los cuatro concejales del PP en la Corporación quienes jalearon y comandaron un grupo que reventó el acto. Les llamaron «putos rojos», les espetaron que si Franco levantara la cabeza, les cortarían el cuello, y las agresiones no se quedaron en meras palabras. En distintas imágenes y fotogramas pudimos comprobar los golpes y empujones propinados por varios matones fascistas a las personas congregadas. Imágenes típicas de la España negra, sumisa con el poder, atroz y despiadada con el débil.

La «p», como inicial y resumen de la España que ansiamos dejar atrás, tiene un capital simbólico tan aquilatado como el mismísimo toro de Osborne. De derechas o supuesta izquierda, la «p» española se afana a todas horas por estrangular a nuestro pueblo. ¿Que no?

Empecemos por la «P» mayúscula, en La Moncloa desde 2004, y con casi 22 años de gobierno a sus espaldas de los 33 que han seguido al devenir constitucional del reinado que padecemos. Las «P» de PSOE y Pérez Rubalcaba han sido plúmbeas no por aburridas, sino por su profusa utilización del plomo para materializar el domuit vascones que les legaron los reyes godos en su afán por sojuzgar a Euskal Herria. En los dos últimos años, la oportunidad abierta unilateralmente por la izquierda abertzale sólo ha encontrado inmovilismo como respuesta. Puestos a elegir, prefieren la «p» de policía a la «p» de paz, ya que la represión, la tortura, han sido administradas con un ojo puesto en los intereses de quienes viven del conflicto. Andrés Cassinello, militar español, artífice de la guerra sucia y representante genuino de la «inteligencia castrense» española, declaró en los años ochenta: «Prefiero la guerra a la alternativa KAS, y la guerra a la independencia de Euskadi». El PSOE ha demostrado desde entonces compartir la misma creencia. También el PSE de Patxi López, una «p» menor por culpa de sus complejos, ligada sin remedio al «pucherazo» que le otorgó la Lehendakaritza apoyándose en un parlamento no democrático. Su acción de gobierno, subalterna, nacionalista española, sonroja incluso a sus militantes más preclaros y honestos.

No obstante, la «p» más patriótica es la del PP, Poyales por partida doble. Este partido que, aparentemente, gobernará España partir del otoño, es vocero de las plagas que asolarán Euskal Herria tras su llegada. Rajoy, González Pons y Sáez de Santamaría sólo tienen de bueno el dudoso mérito de estar menos a la derecha que los pistoleros ideológicos de la Fundación FAES, genuino think tank del neofranquismo expresado en Poyales. Pese a Basagoiti, que ensalzó a los familiares del matarife noruego del islote de Utoya en comparación con los integrantes de Etxerat, Breivik fue miembro del partido derechista Fremskrittspartiet (en noruego: Partido del Progreso). Además de compartir doble «p», este partido se equipara sin dificultad con el PP español, segunda fuerza parlamentaria, populista, papista, prevencionista, prohibicionista... Hasta el Papa, otra doble «p», ha visitado Madrid estos días como «peregrino evangelizador» de la mano de los principales responsables institucionales de España. La «p» del perdón público solicitado por la cúpula del PP a cuenta del brindis de Ramón Gómez con Juan Karlos Izagirre en el Ayuntamiento donostiarra se ha incorporado al diccionario poyalesco. ¡Pobre país!

La «p» de Prisa y de Pedrojota es un combinado explosivo en la coctelera de la comunicación. En las últimas semanas, el diario «El País» persigue como un galgo famélico la liebre vasca, ésa que ostenta la «b» de Bildu. En un alarde de indecencia profesional, José Luis Barbería, viejo conocido del mundo abertzale por su paso por Euskadiko Ezkerra, escribía el primer domingo de agosto un artículo marca de la casa: «Bildu, o como triunfar sin condenar a ETA». Aseguraba que «ahora que ven que la lucha armada ya no tiene sentido y descubren las ventajas del sistema democrático, es como si pretendieran hacer tabla rasa y declarar el punto cero de la historia. En ese propósito, sus `historiadores' se afanan en la tarea de confeccionar listas de víctimas de reales o supuestos desmanes policiales en las últimas décadas que oponer simbólicamente a los 858 asesinatos cometidos por ETA». Los disparates de este «renegado» cuyo proyecto político naufragó hace más de dos décadas, abarcaban otros aspectos de la realidad vasca, pero su alusión a la confección de listas con víctimas de «supuestos» desmanes policiales merece un alto en el camino. Los muertos por la Policía, la guerra sucia, la dispersión, la deportación, el exilio, la cárcel, la tortura, no se oponen a nadie. Tienen nombres y apellidos, familiares, amigos y, en la mayoría de los casos, el rango de «civil inocente» que sería imposible atribuir a Melitón Manzanas o a Luis Carrero Blanco. Dudarlo, relativizarlo, es tan rechazable como atacar los monolitos de José María Jáuregui o de Fernando Múgica, pero con el agravante de escarnio público a través de la prensa escrita. Destruir monolitos, pintarrajear lápidas, hacer chanzas con los muertos de un bando u otro, comparar el trabajo recopilatorio de los efectos de la represión en Euskal Herria con «la superchería de recrear dos violencias simétricas», como hace Barbería, es propio del espíritu de Poyales, y seña de identidad de todos los idiotas morales que lo reivindican.

Entretanto, «El Mundo» da fe a todas horas de su misión editorial: exprimir hasta la extenuación la bayeta de la mentira y de la manipulación para que el independentismo vasco purgue su éxito político, electoral e institucional. Tiene una triple «p» como jarabe curalotodo: palo, prohibición y prisión.

En resumidas cuentas y ante este panorama, ¿qué se nos ha perdido el 20-N en Madrid? En esa España pretenciosa, puñetera, perseguidora, piadosa de Dios, purgante con aceite de ricino, paraíso de prensa rosa y plegarias, páramo de parados y proscritos, en donde pena y penuria se dan la mano. Nada. Absolutamente nada. De lo que se trata es de llevar a su parlamento el vendaval que agita desde hace meses la realidad vasca. Una nueva realidad en la que, para los que gustan de frases contundentes, se materialice la derrota de una España que se cree ganadora de la penúltima batalla. A esa España con «p» de perdedora es preciso contraponerle otra «p», la de la pedagogía democrática. Euskal Herria y España constituyen dos sujetos nacionales que deben convivir desde el respeto a las decisiones democráticas de sus respectivas sociedades. Iremos a reclamarlo una vez más, como hizo Josu Muguruza en 1989. En su nombre, en el de Santi Brouard, y en el de todas y todos los demás.

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