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Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista

Por lo menos que me quede como estoy

 

Se han cumplido los presagios tras la caída de Mubarak, despiadado faraón para los suyos y guardián a sueldo de Israel.

El Ejército israelí ha sido atacado por una incursión desde la Península del Sinaí, lo que debilita el flanco sur para unos generales que todavía no han digerido las dos únicas derrotas (no victorias) de su historia, a manos de la resistencia libanesa (norte).

Tel Aviv siempre tiene a mano al culpable: los palestinos. Los bombardeos de estos días han ido acompañados de la amenaza de que podría volver a fundir plomo (literalmente) en las cabezas de la población de la Franja de Gaza. De poco les sirve que se desgañiten negando responsabilidad alguna en el triple ataque que esta semana ha reabierto la caja de Pandora en Oriente Próximo.

Con los gazatíes en su eterno papel de víctimas tras un atentado que será, sin duda, utilizado por Israel para intentar frenar la ofensiva diplomática de la Autoridad Palestina ante la ONU, lo que está claro es que la incursión armada al sur de Israel tenía un objetivo doble: el Tsahal israelí y los militares egipcios que, emulando a los históricos mamelucos, mandan en El Cairo intentando a su vez frustrar las ansias de cambio de sus habitantes. Unas aspiraciones que incluyen el abandono total de la connivencia con Israel.

La tensión sube enteros en la frontera y ya hay muertos en los tres bandos. Pese a sus bravuconadas, Israel sabe que tiene mucho que perder.

Porque esta crisis arroja luz sobre las grandes reservas de los dirigentes sionistas ante la ola de cambios en el mundo árabe. Un miedo comprensible en el caso de (su) Mubarak. Pero que incluye incluso al enemigo sirio Al-Assad. Más vale lo malo conocido que.... lo peor.

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