Gerónimo Barren | Escritor
El Fuero: 170 años de Ley Paccionada
El 16 de agosto de 1841 se promulgó la Ley de Fueros de Navarra, fruto legal del abrazo con el que, en las campas de Bergara, Espartero y Maroto escenificaron y convinieron el fin de la I Guerra Carlista, que tanta repercusión tuvo para nuestro Fuero y que vino precedido por los fusilamientos de Lizarra, condenas y contracondenas legitimistas y una confusión de personajes y opiniones que, más allá de la historiografía oficial, aún no se han puesto en claro. La ínclita historia -y el azar- de cómo sobrevivió el Fuero al abrazo del oso de Bergara también se contará algún día, porque la percepción - y la diplomacia- de las negociaciones por parte del Príncipe de la Victoria -militar de espadón decimonónico- debía de estar a la altura de los atributos de su caballo. Luego, claro, se puntualizó en Madrid, hasta dejar el Fuero en estado de anemia histórica, calificación en la que coinciden variadas y aun encontradas corrientes de opinión.
Lo cierto es que la Ley Paccionada no sólo ha sido la referencia de las relaciones entre Nafarroa y el Estado, sino un acabado modelo de cómo entiende Madrid el «pacto eqüe principal»: redactado tras una guerra y de vencedor a vencido, siguiendo el ejemplo que impuso Castilla en 1515. Abunda la documentación a este respecto.
Es también un perfecto contraste de las posiciones y sectores navarros al uso: Constitucionalistas, que se mueven entre la inercia, el posibilismo, el mucho amejorar y las protestas blandas de nimios contrafueros, sin mencionar jamás el Contrafuero Eterno. La clase de gente que obedece con las formas de la rebelión. Nacionalistas y su hipertrofia obsesiva del substrato vascón de nuestro carácter. Fuero y antigualla son términos que suelen ir parejos en su vocabulario. Ya he tocado el tema en otros artículos publicados por medios no ordinarios. Liberales de difícil adscripción porque, aunque escasos, los hay de variado pelaje y encontrada condición. Han tenido su papel en la cuestión foral, que yo no haré de menos. Globalizadores de última hornada, de tabla rasa foral, que se autollaman progresistas porque adoptan el criterio de turno de la época de turno.
Se ha dicho ( García Sanz) que nuestra Gamazada se encuadra en una protesta general que se produce en todo el país por el recorte de competencias y fueros, y quizás podría concluirse, con tales datos, que la manifestación navarra se ha sobredimensionado y singularizado por una visión reductora y ombliguista. Cabría preguntarse, como navarro y desde una base emocional más allá de los datos, cuántas comunidades, casi 120 años después, han conservado sus derechos y fueros, y más con ese matiz entre tabú sagrado que, más allá de toda redacción legalista del texto, subyace en su capacidad de convocatoria, esa invocación al Fuero que alcanza desde el pastor de Lokiz hasta el bardo de Itzaltzu.
Acaso concebir el Fuero como acta fundacional de Nafarroa, con ser importante, no lo sea todo. Lo es más comprenderlo como la expresión legal del hecho existencial navarro, esa actitud de afrontar la Historia, de marcar su territorio y asumir responsabilidades, ese criterio y esa amplitud de miras en épocas convulsas y de cambio, bajo su única e inequívoca bandera. Tal vez ilustre tal cuestión de carácter el primer tercio del siglo XI, con los califatos a la baja y los reinos peninsulares tomando posiciones. En reciente reseña periodística se ha dicho de Sancho el Mayor que tuvo una visión europeísta. Quizás el término suene extemporáneo, pero no el concepto, un rey Sancho con la mirada puesta en la Gascuña ultrapirenaica y en una Europa que como tal aún no existía, y que dio a Nafarroa uno de sus periodos de pujanza. Por contra, cuando Nafarroa queda absorta en la contemplación de sus blasones, agitada por sus demonios interiores, se presenta en el crucial siglo XVI desorientada y exhausta, hecho que nos costó abandonar la Historia por la puerta de atrás.
Escribo con un fondo de noticias convulsas de un agosto convulso de un mundo estremecido, pero que a mí me sirven para huir de ese túnel del tiempo que es el hablar de una decimonónica Ley Paccionada que 170 años después aún es referente en nuestra gobernanza. En los vientos de cambio que recorren el mundo, el afrontar dificultades, el criterio y la amplitud de miras que se propugnan, son puntos que nos resultan familiares y cíclicos. Sin embargo, echo en falta el factor identitario, ese que subyace en el Fuero y que se antoja básico para orientarse entre las turbulencias provocadas por el nuevo escenario y la correlación de países en danza, esa bandera propia que no admite voces intermediadas ni banderías tribales y que convierte al Fuero, nouménico en sí mismo, existencial, en una hoja de ruta.