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La Lluvia y el granizo deslucen el paseo de Baly con sus enormes amigos por Gran Vía

a lluvia y el granizo deslucieron ayer en parte el desfile de la ballena por Gran Vía. Una tormenta, que descargó minutos antes del arranque del cortejo festivo, restó público al espectáculo que atrae anualmente a miles de personas. L

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Agustín GOIKOETXEA

No eran pocos los que llevaban desde el sábado reclamando un poco de lluvia para refrescar el sofocante inicio de Aste Nagusia. La tormenta tras el txupinazo no lo logró y ayer el Botxo volvió a ser una caldera en ebullición máxima. Abanicos y la ingesta de líquidos no consiguieron aplacar los efectos del bochorno, pero como dice el refrán «nunca llueve a gusto de todos» y la esperada tormenta se produjo a menos de una hora para el arranque del desfile anual de La Ballena.

Un fuerte aguacero, acompañado de granizo, obligó a los cientos de personas que se agolpaban en las aceras a guarecerse para ver si escampaba. Otros, los más previsores, sacaron sus paraguas y aguantaron para ver el arranque de la marcha, en la que los organizadores tuvieron que improvisar, aunque al final la totalidad del desfile se configuró en Gran Vía, a la altura de Alameda Urquijo. Además, muchas de las personas que se habían asustado por el fuerte aguacero regresaron.
En esta ocasión, La Ballena de nombre Baly invitó a sus amigos más grandes para que desfilasen con ella y con el resto de su familia, ya populares para todos aquellos que acuden anualmente al espectáculo: Pulpo, Besugo y Txangurro.
La marcha la abrieron La Banda del Surdo, una formación de percusionistas y artistas con zancos, que animaron a no dejarse amilanar por las inclemencias meteorológicas. Detrás, Baly, a la que no hizo falta expulsar muchos chorros de agua, ya que el personal estaba ya suficientemente húmedo. El hinchable de 12 metros de largo y 5 de diámetro volvió a recorrer la artería principal de la capital vizcaina seguida de los componentes del Orfeón San Anton.
A bordo de una camioneta, estos hombres y mujeres aguantaron el chaparrón, como bien lo demostraban sus ropas caladas. A pesar de ello, fueron otro acicate para llamar a los espectadores a acercarse a las aceras, que en muchos tramos se quedaron solitarias por la fuerte lluvia y granizo.
El Pulpo era el siguiente simpático personaje del cortejo. El enorme cefalópodo, «esposo» de La Ballena, movía sus tentáculos mientras expulsaba confetis por ellos. Conocido por muchos, su presencia fue saludada, como la del Besugo, el «hijo» de tan curiosa pareja marina que seguía a los «privilegiados» del desfile, Banda Xarop, una banda de música de calle que viajaban a bordo de un viejo tranvía, que por antiguo debía ser arrastrado por un 4x4.
Entre el humo del Besugo, otro inflable de 12 metros de largo por 5 de alto, unos grandes conocidos de Bilbo y de Aste Nagusia: la fanfarria Sama Siku. El grupo, fundado en 1978 por vecinos de Santutxu, fue una de las numerosas comparsas que nacieron con el estallido de las fiestas populares aunque como otros se disolvieron y quedó la fanfarria, que se ha mantenido.
De la familia de La Ballena cerró el cortejo El Txangurro, con sus dos grandes pinzas, que insistió en pulverizar agua a los espectadores, algunos de ellos ya mojados lo suficiente.

Espectacular aguila

Tres figuras gigantes de más de 3 metros de altura, articuladas, con extremidades móviles y originales vestuarios, representaron al Sol, Luna y Naturaleza, dando paso a un águila espectacular. El animatronic con forma de ave de gran envergadura –bautizada Sophia– llevaba sobre su lomo un jinete mientras desde sus garras se efectuaba una acrobacia de aro aéreo.
A una altura considerable, los espectadores observaron asombrados el porte del muñeco, que no estuvo a pleno rendimiento hasta que avanzó por la Gran Vía.  Muchos y muchas se quedaron boquiabiertos al ver los movimientos del águila, cuyo parecido con las reales es reseñable.
 También agradaron Les Nomades, unos seres de bonitos colores, de largas colas y grandes patas, llenos de curiosidad. Iban rastreando la calle mientras caminaban a la búsqueda de unas extrañas plantas gigantes que necesitaban para alimentarse y que crecen en el planeta donde viven. El público se quedó encandilado por su simpatía de los personajes.
Y para no romper con las dimensiones del resto de personaje del desfile, la que los organizadores calificaron como la marioneta más grande del mundo, Salvador. 
Con diez metros de altura, la figura articulada a control remoto parecía cobrar movimiento real de un ser humano, sorprendiendo especialmente a los más txikis, que no dejaron de suspirar a cada movimiento de la marioneta. Con sus piernas y brazos en movimiento, a la vez que movía la cabeza, parpadeaba y movía la boca simulando que hablaba.
Pero no se quedó ahí Salvador, ya que a lo largo del recorrido se comunicó con el público y presentó a su acompañante, quien efectuó un número de acrobacia con tela desde sus diez metros de altura, algo que impresionó a muchos.

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