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¡Viva la apocatástasis!

Mikel INSAUSTI Crítico cinematográfico

La obra de un gran autor universal fallecido se considera de dominio público y de libre acceso, lo que tiene su parte positiva y otra negativa, cuando esa disponibilidad da lugar al saqueo cultural. Yo no digo que Luis Buñuel sea intocable, pero me merece tanto respeto como para no ponerme a escribir un libro sobre él, así porque sí y sin haberle conocido en persona. Creo que no basta con ser un admirador de su cine o con estar bien documentado, porque tratándose del maestro del surrealismo cualquier análisis histórico queda agotado en sí mismo.

Últimamente se están editando una serie de aproximaciones biográficas o supuestas memorias que nada nuevo descubren sobre el genio de Calanda, porque Don Luis lo dejó todo atado y bien atado en su libro «Mi último suspiro», nacido de las anotaciones que durante años llevó a cabo su estrecho colaborador Jean-Claude Carrière. Son recuerdos personales, anécdotas y frases transcritas directamente que invalidan posteriores glosarios ajenos.

El ambiente de confusión que se está creando con libros que dicen mostrar un Buñuel insólito a estas alturas me recuerda al de la famosa secuencia de «Simón del desierto», donde diferentes corrientes teológicas se enfrentaban entre sí a voz en grito, lanzando vivas y mueras a todas las doctrinas opuestas imaginables, hasta que en medio de la acalorada controversia se llegaba a la apocatástasis. Ahí ya las caras de los religiosos en conflicto eran un poema, que es lo que pasa cuando se sacan las cosas de quicio.

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