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José Steinsleger | Escritor y periodista

Palestina en las «Naciones Unidas»

Según la carta fundacional de la ONU, mal podría haber un Estado palestino por la sencilla razón de que Israel tampoco lo es, digno de ese nombre. ¿Cuál es su Constitución, y cuáles sus fronteras internacionalmente reconocidas?

La capacidad de discernir mueve cuatro resortes básicos: la fe del creyente, la razón del cien- tífico, la duda del agnóstico, la porfía del ateo. Restarían algunos más, de carácter volátil: el pragmatismo del político, la ligereza del librepensador, la irracionalidad del fascista y otros que siguen en la lista.

¿Cuáles resortes han predominado en la ONU frente a la llamada «cuestión palestina»? ¿Todos? ¿Algunos? La ONU ha probado ser tan inútil para impedir el lento holocausto de los palestinos a manos de Israel, así como el organismo que la precedió, cuando el gran genocidio de pueblos enteros en Europa central (Sociedad de las Naciones, 1919-46).

El siglo pasado tuvo muchos genocidios, empezando por el de los serbios y armenios, y terminando por los de Kampuchea y Ruanda. Sin embargo, el lento y programado genocidio que Israel ejecuta en Palestina desde 1948 supera a los conocidos, no tanto en cantidad, cuanto en densidad y publicidad. A vista de todo mundo, el genocidio palestino se transmite a diario en los medios.

Masacres como la de Oslo, por ejemplo, serían reveladoras de los genocidios que vienen en camino. ¿La recordamos? Ocurrió hace mucho tiempo, el 23 de julio pasado, y dicen que fue perpetrada por un neonazi «solitario» que se declaró admirador de Israel.

De ahí la tesis absurda de los «dos Estados», y la imperiosa necesidad de crear uno solo con capital en Jerusalén. ¿Imposible?

Seamos realistas: cualquier otra opción ha sido imposible. ¿Qué debatirá, entonces, la Asamblea General de la ONU el mes entrante? ¿Que Palestina debe tener un Estado? A más de realistas, seamos honestos: la política de hechos consumados en la entidad llamada Israel hizo de los «procesos de paz» instrumentos de guerra, y de las «hojas de ruta», lenguajes más inescrutables que los hablados en Palestina hace 3 mil años.

Ateniéndonos a lo contemplado en la carta fundacional de la ONU, mal podría haber un Estado palestino por la sencilla razón de que Israel tampoco lo es, digno de ese nombre. ¿Cuál es su Constitución, y cuáles sus fronteras internacionalmente reconocidas? ¿Qué legalidad le asiste a Israel cuando lleva 63 años levantando muros, alambradas, prisiones de alta seguridad en territorios ajenos, y el exterminio programado del millón y medio de personas que habitan en la franja de Gaza?

Supongamos que en la ONU Palestina consigue el voto de las dos terceras partes necesarias para ser reconocida como Estado miembro. ¿Podrá fijar fronteras, defender sus recursos naturales y ejercer soberanía en su espacio aéreo y marítimo? ¿Tendrá aeropuertos y un ejército capaz de afrontar a la potencia invasora que la dividió en minúsculas, abigarradas y desconectadas manchas territoriales que asemejan una piel de leopardo?

Nada le queda a la ONU de aquel «espíritu» de la Carta de San Francisco, y hoy es una torre de Babel que entretiene a sus funcionarios con papelitos y salarios de envidia. Quien decide y manda en la ONU es el llamado «Consejo de Seguridad», brazo político del Pentágono, la OTAN y la «comunidad internacional», integrada por los tres chiflados que inventan y destruyen países a su antojo: Estados Unidos, Israel y la Unión Europea.

Los últimos numeritos de la ONU fueron la destrucción de Yugoslavia, Somalia, Irak, Afganistán, Libia, y la invención de republiquetas a modo en Kosovo y Sudán del Sur. A más de los 51 estados que la fundaron en 1945, la ONU reconoció por aclamación a 142 que, con excepción de Israel, cumplieron con los requisitos para ser reconocidos como tales.

¿Y Palestina? Ah... nos dicen, pero es que Palestina no existía entonces. Así es. Pero Israel tampoco. Y con todo, en 1948 reconoció con las justas a una entidad que en Tel Aviv madrugó a la ONU antes de que la Asamblea General se pronunciara.

Israel es una entidad que ni el mandato británico en Palestina creyó viable en su época. Pero reconozcamos que el sionismo militante (fanáticamente antijudío) resultó más inteligente que el torpe nazifascismo de Hitler y Mussolini. En este sentido, la consigna fundamental del sionismo fue clonada de los «Padres fundadores» en América del Norte: ¡Nos atacan! ¿Qué más acostumbran a enarbolar los «pueblos elegidos»?

Un corresponsal bastante pagado de sí mismo, acorde con la proverbial hipocresía británica, acaba de afirmar que «la sabiduría es sin duda (sic) una cualidad muy ausente en Medio Oriente». Y a continuación extiende la dicha ausencia de «sabiduría» a Occidente, que, a su juicio, habría perdido «la capacidad de pensar en el porvenir» (sic).

Lo dudo. En las siguientes entregas trataremos el asunto. Por ahora, consideremos que pensar no es igual a discernir, y si no somos creyentes, ateos o agnósticos, pero nos importa razonar las cosas de la cultura, recordemos que los profetas del Islam eran judíos.

«Decid: Creemos en Alláh y en lo que nos fue revelado, en lo que reveló Abraham a Ismael, Isaac, Jacob y las doce tribus descendientes de los hijos de Jacobo, y lo que reveló a Moisés, Jesús y a los profetas. No discriminamos entre ellos, y nos sometemos a Él.» (Corán 2:136).

© La Jornada

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