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Cumbre de embalsamadores en La Rochelle

Dominique Strauss-Kahn ha recuperado su pasaporte y su sonrisa. Hace pocas semanas todos lo daban por muerto, pero la justicia estadounidense ha decidido enterrar la causa judicial abierta contra el ex dirigente del FMI. El cadáver del líder socialista se mueve.

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Iñaki LEKUONA

Hace poco más de tres meses, un violento terremoto con epicentro en Nueva York sacudió los cimientos del Partido Socialista francés a miles de kilómetros de allí. Incluso buena parte de la sociedad francesa se vio zarandeada al observar por televisión, aquel 14 de mayo, las imágenes de un Dominique Strauss-Kahn desconocido. El máximo dirigente del Fondo Monetario Internacional (FMI) apareció ante las cámaras cariacontecido, como si toda su carrera y su prestigio se le hubieran desplomado encima, como si acabara de salir de entre los escombros de su vida, malherido, esposado y custodiado por la Policía.

El entonces previsible adversario de Nicolas Sarkozy en las presidenciales de 2012 y, según todas las encuestas, futuro presidente de la República, había sido acusado de agresión sexual a una asistenta del hotel donde se alojaba a la espera de tomar un avión a París. La imputación oficial, que llegó varios días después, volvió a golpear como una réplica sísmica la opinión pública. Aquella catástrofe significó la defunción política de DSK: el 18 de mayo, el líder francés, desde su celda y rechazando todas las acusaciones, anunciaba su inmolación pública en los altares del FMI.

A este lado del océano, la prensa francesa certificó el fallecimiento político ante una opinión pública boquiabierta. Máxime cuando otra acusación del mismo tipo se concretó en los tribunales franceses: la periodista Tristane Banon le reprochó públicamente un intento de violación en 2003. DSK ya era fiambre. O eso parecía. Porque este economista de origen judío aún mantenía sus constantes vitales. Su familia más próxima, incluida su mujer, le arropó desde el primer minuto. Y en París, los líderes políticos, especialmente los socialistas, también le mostraron un apoyo moderado al son de la presunción de inocencia. La opinión pública francesa, aún en estado de shock, también parecía sostener la inocencia de Strauss-Kahn y había incluso quien observaba indicios de un complot para evitar el previsible derrocamiento de Nicolas Sarkozy. Sin embargo, y a pesar de que DSK daba signos de vida en la morgue judicial neoyorkina, todo el mundo pareció comprender que la gran esperanza socialista ya no era más que un cadáver político cuya descomposición podría poner en riesgo la imagen del Partido Socialista.

Un sionista a la cabeza del PS

Pocos meses antes, DSK era la gran esperanza blanca de un partido fraccionado en múltiples familias difícilmente conciliables desde la debacle de Lionel Jospin en las presidenciales de 2002. Miembro de una familia acomodada de origen judío, este economista y abogado mercantil de profesión, fue nombrado a principios de los 90 ministro de Industria y Comercio por François Mitterrand. Entre sus disposiciones más criticadas se encuentra la creación de un tope fiscal para impedir que los más ricos paguen demasiado en su declaración de la renta. Fue también en aquella época cuando, junto con conocidos grandes magnates franceses, fundó el lobby empresarial Círculo Industrial o cuando lanzó un llamamiento a los judíos de la diáspora a favor de «la construcción de Israel».

Ya como ministro de Economía y Finanzas de Jospin, pergeñó la idea de una reducción laboral a 35 horas semanales como instrumento para la creación de empleo. Pero como medio para menguar la deuda pública, decidió abrir la puerta a la privatización de empresas públicas como Air France o France Télécom. Y entre una de cal y otra de arena, su figura empezó a mezclarse en asuntos turbios que le llevaron a los tribunales, aunque siempre salió limpio de las acusaciones de corrupción y fraude.

Sin embargo, y a pesar de su paso por la cirugía estética, su imagen política se resintió. Y cuando se presentó a las primarias del PS previas a las presidenciales de 2007, fue barrido por Ségolène Royal, una desconocida que representaba entonces para muchos la renovación del partido. La ex de François Hollande no pudo con Nicolas Sarkozy y el PS se sumió nuevamente en sus disputas familiares. Llegó entonces la hora de DSK, pero no a través de su partido sino, sorprendentemente, de la mano de su máximo adversario. En efecto, Nicolas Sarkozy, en un intento de hundir definitivamente a los socialistas, colocó al frente del FMI a un peso pesado del PS.

Esta maniobra surtió un efecto inmediato, pero a la larga se probó contraria a los intereses de Sarkozy: a un año de las presidenciales de 2012, todas las encuestas colocaban a DSK en El Elíseo, toda una inyección de autoestima en el seno de la familia socialista.

En esas estaban los dirigentes del PS cuando fueron sacudidos por el terremoto de Nueva York que se cobró la vida política de su principal figura. Tres meses después, las encuestas siguen situando a un socialista, sea quien sea, en la Presidencia de la República. Pero en esos mismos sondeos, los encuestados se oponen mayoritariamente a la reanimación política del cadáver de DSK.

Y aunque estos días, en La Rochelle, los máximos responsables del partido sonrían y se feliciten por la nueva situación de su compañero de formación, lo cierto es que todos, incluso su fiel Martine Aubry, le consideran fiambre por mucho que la antigua ministra de Empleo declare que DSK «seguirá siendo útil a Francia». Porque la política, también en el Estado francés, se diseña hoy día a golpe de encuestas. Y mientras éstas no digan lo contrario, Strauss-Kahn seguirá siendo un cadáver político al que en La Rochelle quisieran embalsamar para evitar su propia descomposición. El problema está en que DSK, incluso embalsamado, no descartará un regreso a la vida política. Poder e influencia no le faltan. Ya ha quedado claro en Nueva York. De momento, ha recuperado su libertad y su pasaporte y va camino de Washington.

 

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