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Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Elantxobe

 

El pasado viernes acepte la invitación de un amigo y me fui a pasar la tarde a Elantxobe. Allí me abrieron «las puertas» del club de remo para mostrarme el impecable trabajo que llevan haciendo desde hace años en Elantxobe arraun elkartea. No me decepcionó: se respiraba ilusión, ganas. Hacía un día espectacular, ventoso, la mar estaba revuelta y verles marchar hacia ella en la trainera roja me pareció una imagen hermosa. Imagino que para ellos sólo era un entrenamiento más, pero verles partir fue todo un espectáculo para los que estábamos en el puerto, un público privilegiado, ocasional. Nuestra mirada no dejó escapar su huída, fuera del puerto, lejos de todos nosotros. Distanciándose en el mar, inmenso, ellos se hacían pequeños en sus aguas. Sus intenciones, en cambio, parecían valientes.

Fuera, los humildes mortales hablábamos del remo, de cómo se trabaja desde los pequeños clubes, de lo mucho que aportan a la cultura y de lo poco que a veces reciben a cambio. Hay mucho de romanticismo en este deporte, en sus bases, en los remeros de vocación, que de vez en cuando sueñan con ser considerados profesionales. Escuchándoles, observándoles, nada parece impedirles disfrutar de esta práctica ancestral que, en esencia, poco ha cambiado. Se trata de ellos y su embarcación luchando con el elemento natural, en desigualdad de condiciones, para tratar de ser los más veloces y recibir la bandera, en la mar, que es donde merece ser recibida. Quizá, cuando leáis este artículo ellos ya sean campeones de la ARC2. Pero más allá de las banderas, persistirá el trabajo, encomiable, de todos los pequeños clubes.

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