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Jose Mari Esparza Zabalegi | Editor

CAN vendida, Navarra vendida

La venta de la CAN no es más que un paso más a este desmantelamiento de la autonomía, y el golpe definitivo a nuestra tradición bancaria

Llama la atención que en el momento de la desaparición de facto de la Caja de Ahorros de Navarra se hayan hecho tan pocas referencias a su origen y, más todavía, cómo en ese origen estaba precisamente la mejor solución: esto es, la unión con el resto de cajas vascas en la hasta hoy día vigente Federación Vasco-Navarra de Cajas de Ahorro. No hace falta ser economista para ver esta unión como la más conveniente: cercanía territorial; similar origen y filosofía; una misma tradición de ahorro; un tejido comercial e industrial parejo y mixturado; un pasado común... ¿Qué ha ocurrido para que unos piratas la hayan vendido a Madrid y Sevilla, unida a un dudoso proyecto con Cajasol, Caja Canarias y Caja Burgos, a cambio de un 15,28% de participación? Que el director de la CAN, Enrique Goñi, pase a cobrar cinco veces más de lo que cobraba o que sus directivos se hayan asegurado soldadas vitalicias pone en evidencia la catadura de estos judas forales, pero no explican el intríngulis del asunto: ellos no han hecho más que cobrar sus 30 monedas. La responsabilidad está en ese Sanedrín navarrista, empeñado en desmantelar cualquier particularismo de Nafarroa y entregarla, atada de pies y manos, a la uniformización española.

Aunque ahora cueste creerlo, la CAN surgió a raíz del II Congreso de Estudios Vascos celebrado en Iruña en 1920. Los Diputados forales Baleztena, Irujo y Usechi propusieron su creación en una iniciativa similar a las otras tres diputaciones vascas. Para elegir a su director no se fueron a Burgos ni a Canarias, sino que colocaron anuncios en las cuatro provincias, siendo elegido el alavés Ramón Bajo Uribari, que ocupó el puesto hasta 1950. Las actas de aquellos años reflejan el sentido de colaboración y de reparto amistoso del territorio que tenían las cajas vascas. En 1924 se formó la citada Federación Vasco-Navarra, compuesta por las cuatro cajas provinciales y las cuatro municipales, con el fin de impulsar, nunca lo negaron, la economía vasconavarra. Pronto se colocaron a la cabeza de las cajas del Estado y participaron en infinidad de proyectos comunes. Uno de ellos fue patrocinar la revista «Vida Vasca», nacida el mismo año de 1924 y vigente durante 60 años. Bajo los escudos del Laurak Bat, aparecía Nafarroa como una parte más de un territorio económicamente pujante. En «Vida Vasca» escribía gente como José María Uranga o José María Iribarren y se anunciaban las empresas navarras: desde hoteles como Los Tres Reyes y Maisonave hasta industrias como Eaton, Torfinasa, Ingranasa, o instituciones como Príncipe de Viana. La revista, como la misma Federación, funcionó durante la Dictadura de Primo de Rivera, la II República, el Franquismo y los primeros años de la Transición. Como tantas otras cosas, se convirtieron en «políticamente incorrectas» precisamente en la llamada democracia.

A inicios de los 80 dejó de editarse la revista y la Federación Vasco-Navarra pasó a un discreto estatus. Se comprende: en 1981 fue el golpe de Tejero con sus secuelas en el unionismo español, y en 1982 el PSOE de Euskadi en Nafarroa pasó a denominarse PSN, abandonando la actitud pro unidad vasca que había mantenido desde el periodo republicano. Uncida la mayoría de la clase política navarra con las tesis del Estado, se procedió a perseguir todo rasgo de identidad vasca en Nafarroa, lo que ha llevado irreparablemente a perseguir su propia identidad: el euskera, la historia, los símbolos, el folklore... Mas no sólo destruyen el patrimonio inmaterial, sino que el saqueo alcanza a todos los resortes de la sociedad: para impedir que se vea la televisión «vasca» se conceden millones a empresas de Madrid, regalándoles el espacio radiotelevisivo; se niega toda posibilidad de ayudas para el desarrollo a la mitad norte de Nafarroa, convicta de abertzalismo; se permite la deslocalización de empresas; se ceba al Opus; se permite al Vaticano inmatricular el patrimonio de los pueblos; se renuncia a competencias para mantenernos en una autonomía de tercera; se posibilita que a las instituciones navarras entren políticos y funcionarios de todo el Estado en contra de la tradición foral...

La venta de la CAN no es más que un paso más en este desmantelamiento de la autonomía, y el golpe definitivo a nuestra tradición bancaria. En 1867 la Diputación de Nafarroa propuso a sus hermanas «constituir un Banco Agrícola Vasco-navarro, bajo la tutela de las cuatro diputaciones forales». Al no tener respaldo, la Diputación acordó que el proyecto se limitase «por ahora» a Nafarroa. Ya para entonces existía el Banco de Crédito Navarro, el más importante de Nafarroa hasta que en los años 70 fue absorbido por el Banco Central. En 1978 desaparecía el Banco de Navarra. Y en el año 2008, el Banco Popular absorbió definitivamente al Banco de Vasconia, que había sido fundado en 1901 en Iruñea, «al servicio de la economía regional Vasco-Navarra», tal y como se anunciaba, a finales del franquismo, en las páginas de «Vida Vasca», con su flamante alegoría del roble de Gernika tras el escudo de Nafarroa. La familia Aizpún estaba entre los impulsores del proyecto. Hasta los años 70 editaron mapas de las cuatro provincias, que todos hemos visto en sus sucursales.

Con la venta de la CAN, el navarrismo ha culminado este desmantelamiento del tejido bancario foral. Y lo han hecho con premura, para hacer imposible que en un momento de mayor racionalidad política y mayores cotas de democracia se pudiera plantear el relanzamiento de la Federación Vasco-Navarra, la unión lógica de las cajas más hermanadas por la historia y el contexto socioeconómico.

Por eso los navarreristas no son sólo enemigos de lo vasco: son los principales enemigos de Nafarroa, y sus principales depredadores. Lo dijo antaño el gran Arturo Campión: «Navarra cada día va siendo menos vasca, y cada día, menos navarra también. La ley de degenerescencia es doble; la una vacía el contenido vasco; la otra el contenido navarro. A los patriotas les toca la noble empresa de abolirlas y abrogarlas. De ellos depende, en la proporción que ciertas cosas son posibles, que la filosofía de la historia de Navarra, en vez de una filosofía de la muerte, sea una filosofía de la vida».

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