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Anjel Ordóñez | Periodista

Nieva

Nieva. Sí, nieva. Y siempre que nieva, el paisaje muda. Brilla un blanco intenso en los montes, en los tejados, sobre los bosques y hasta en la playa. Tras la nevada, cuando la nubes han devuelto su sitio al sol, el panorama resulta, de repente, más alegre, más vital, más limpio. Quien más, quien menos, todos saludan la nevada como promesa de cosechas generosas y garantía de manantiales. «Año de nieves, año de bienes», reza el dicho y no va corto de enjundia. Fría, congelada, la nieve sanea y desinfecta, purga y regenera. Tras un largo estío, fertiliza, fecunda y prepara la tierra para la ya próxima primavera. Después de la nevada, todo es como nuevo, parece recién estrenado. Parece. Pero la nieve, a menudo, deslumbra. Impide ver con claridad. El blanco, con su mayoría absoluta, amenaza los colores, desdibuja los perfiles. Y si la nevada es seria, puede tapar caminos, ocultar veredas y borrar sendas. Es fácil, muy fácil, perderse en la nieve.

Nieva. Y hay que tomárselo en serio, pero con prudencia. La nieve, a buen seguro, traerá grandes bienes a Euskal Herria. Pero no conviene olvidar que, a veces, los caminos que se hacen en la nieve se marchan con ella en el deshielo. Y que, sin embargo, bajo el manto blanco permanecen los que durante años, décadas, siglos, se han ido forjando con el generoso esfuerzo y el estoico sufrimiento de muchas generaciones. Es fácil abrir pistas en la nieve, tan fácil como equivocarse en la dirección o el sentido, si quienes guían la apertura de la travesía fueran la precipitación o, aún peor, el oportunismo interesado.

Nieva. Y aun con la ventisca habrá que seguir avanzando, con tiento, pero sin miedo. Siempre presente la experiencia de nevadas anteriores. Sin siquiera rozar la tentación de forzar atajos inservibles ni frenar la marcha, porque pararse, en medio de la nevada, es aterirse, debilitarse y, acaso, perecer. Seguir caminando sin que nadie, nadie importante, se quede atrás por dejadez, descuido o interés bastardo. Porque tras la tormenta llegará la calma. Porque merece la pena.

Nieva. Y mientras, caprichosos y volubles, los copos juegan en el aire para finalmente posarse mansos sobre el suelo, el camino se hace unos ratos pesado, difícil, desconcertante; y otros, alegre, esperanzador. Hasta entretenido.

Euskal Herria, a 5 de setiembre de 2011.

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