Cuando las cenizas del colapso del sistema financiero islandés y de la bancarrota que hundió al país todavía no han terminado de posarse, la opinión pública tiene ya alguien al que responsabilizar y sentar en el banquillo. El ex primer ministro conservador, Geir Haarde, está siendo juzgado por lo criminal «por errores de responsabilidad ministerial» que arruinaron Islandia. El impacto de ver a un ex primer ministro haciendo frente a tan graves acusaciones es enorme y, aunque no parezca que vaya a cundir el ejemplo en otros países, supone un precedente de gran trascendencia. Había una gran cólera social y tantas ganas de ver a alguien «colgado» que, probablemente, a nivel emocional, quienes lo perdieron todo tendrán un sentimiento de reparación. Parece más difícil que sus pérdidas sean compensadas.

La opinión pública se muestra dividida y, termine como termine, el resultado del juicio será insatisfactorio. Y es que si Haarde es declarado inocente, la gente pensará que es propio de un sistema donde prima la impunidad de quienes mandan. Pero aun si es declarado culpable, nadie podrá evitar que todos se pregunten, con razón, si acaso es él el único responsable.