GARA > Idatzia > Mundua

La huida de libia de los inmigrantes, un lastre en la recuperación económica

Alertado y ayudado por sus vecinos, y con apenas lo puesto, Abraham -prefiere mantener oculto su apellido- asegura que el pasado mes de mayo abandonó el taller de reparación de coches que regentaba en el oasis libio de Sebha.

p023_f01_177x120.jpg

Javier MARTÍN I EFE

Oculto en la parte trasera de una furgoneta y con unos cientos de euros en el bolsillo, emprendió la huida hacia Trípoli tan pronto como se recrudecieron los combates entre las milicias rebeldes y las fuerzas leales al líder libio, Muamar al-Gadafi.

Cuatro meses después, Abraham deambula sin oficio entre decenas de barcos de pesca oxidados en el puerto de Sidi Bilal, a unos 20 kilómetros al oeste de la capital, junto a más de un millar de inmigrantes subsaharianos que han quedado atrapados en el conflicto.

«Lo hemos perdido todo. No tenemos trabajo y no podemos salir a la calle porque tenemos miedo. Necesitamos una solución urgente», explica este nigeriano de ojos tristes.

Su historia es la misma que la de la decena de compañeros que, tumbados en colchones raídos y a la sombra de sábanas claveteadas sobre el casco de los barcos, tratan de aventar el calor húmedo del Mediterráneo.

Acuciado por la situación en su país de origen -Nigeria- y con la carga de sustentar a su familia, cruzó clandestinamente varias fronteras para buscar fortuna en este país norteafricano, donde los inmigrantes son la principal fuerza laboral.

No existen cifras exactas, pero las diferentes estadísticas que se manejan apuntan a que antes de que prendiera la insurrección, vivían en Libia más de un millón y medio de inmigrantes legales, y otro medio millón de «sin papeles». Procedentes de Egipto y de la mayoría de los países del África subsahariana, constituían la principal fuerza laboral de un país en el que la población autóctona no supera los seis millones de habitantes.

«Son esenciales»

«Los inmigrantes son esenciales para el funcionamiento del país. Los libios no trabajan. Es cierto que aquí había mucho paro, pero el problema es que los libios solo quieren ser jefes», explica Mohamad Bani, catedrático de estadística de la Universidad de Trípoli. «A mí me gustaría que la futura Libia se pareciera a Malasia. Un Estado islámico en el que todos trabajan juntos para tener mejor vida», agrega.

La ausencia de los inmigrantes es palpable en Trípoli, donde pese a que los comercios están avituallados, los restaurantes no funcionan porque han perdido a sus cocineros egipcios y las calles están sucias porque no hay suficientes subsaharianos para llenar las partidas de barrenderos.

Nada más declararse la guerra, decenas de miles de inmigrantes de todas las naciones empaquetaron lo que pudieron, agarraron sus documentos y colapsaron las fronteras.

Muchos se quedaron en los países vecinos con la esperanza de regresar algún día. Pero otros no lograron salir, ya fuera porque no sintieron una urgencia inmediata o porque en realidad eran inmigrantes en situación irregular llegados de forma ilegal para tratar de saltar a Europa.

Con el recrudecimiento de las hostilidades, la situación de los subsaharianos empeoró, ya que los rebeldes iniciaron una especie de «caza de brujas» con tintes racistas en busca de supuestos mercenarios de Gadafi.

En los días posteriores a la toma rebelde de la capital, miles de ellos fueron arrestados de forma indiscriminada, hecho que desató el pánico y les obligó a esconderse o a hacinarse en lugares protegidos como Sidi Bilal.

«Lo primero que debe hacerse es garantizar su seguridad y sus derechos», explica Sami Cheung, responsable de la Agencia de Naciones Unidas de ayuda al refugiado (ACNUR) en Trípoli. «Después, discriminar quien es mercenario y quien no. Y luego, las autoridades deben iniciar una campaña pública que anule la animadversión y permita que se reintegren en la sociedad», añade.

Parece una misión titánica. Abraham asegura que perdió los papeles en la precipitada huida y que para él, como para sus colegas de encierro, regresar a sus países no es una opción.

La mayoría alegan las condiciones económicas y de seguridad de sus países de origen, como Somalia, Chad o Nigeria, pero otros, como el propio Abraham, apelan a una sentimiento de orgullo de hombre africano.

«Yo salí hace cuatro años de mi casa para alimentar a mi familia. Cómo voy a volver así, con las manos vacías, sin nada que ofrecer», sostiene. Abraham insiste en que tampoco quiere volver a trabajar en Libia porque tiene miedo y que quiere que le lleven a un tercer país «para poder trabajar».

Otros, como NaeNae, un joven de Ghana, son más optimistas. «Yo les digo a mis compañeros que todo pasará, y que pronto volveremos a nuestra vida», apostilla.

Cientos de subsaharianos siguen atrapados en la frontera de túnez

Dejaron Libia justo cuando comenzó la rebelión, pero siguen atrapados en el campo de refugiados de Choucha, en Túnez, a tres kilómetros de la frontera de Ras Jdir. Llevan seis meses allí y nadie aporta una solución. Las tiendas de campaña, de un blanco impoluto en su día, se mezclan ahora con los tonos ocres del desierto. Egipcios y bengalíes, y muchos africanos, han sido evacuados durante los meses previos, pero unos centenares de subsaharianos continúan clavados en tierra de nadie. «¡Alguien tendrá que resolverlo!», clama Ahmed, un taxista que realiza el trayecto entre Ras Jdir y Ben Gardene, la primera localidad tunecina de importancia. Los subsaharianos, la mayoría trabajadores contratados cuando el coronel Muamar al-Gadafi ejercía el poder, se han convertido en uno de los principales grupos de población que ha padecido un conflicto que les es ajeno. En Trípoli, cientos de personas de raza negra están siendo detenidas o permanecen en condiciones infrahumanas en el campo de refugiados ubicado en el puerto. Una situación que ya se dió en otros lugares, como Misrata. A.P.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo