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Los 1.666 millones perdidos por UBS hacen tambalearse el aura de fiabilidad de los bancos suizos

En el imaginario colectivo, hablar de bancos suizos es hablar de seguridad, confidencialidad, eficiencia, fiabilidad... El cine y la literatura dan fe de este tópico, que ha recibido un importante golpe después de que un solo «broker» del UBS, el mayor banco helvético, haya creado un agujero de 1.666 millones de euros.

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Imanol INTZIARTE

El broker en cuestión se llama Kweku Adoboli y tiene 31 años. Trabajaba en la sede que UBS tiene en Londres (Inglaterra) y fue detenido el pasado jueves, acusado de haber ejecutado operaciones bursátiles ilegales que le han supuesto a la entidad financiera, según sus propias cifras, unas pérdidas en torno a los 1.666 millones de euros.

Al parecer, Adoboli habría ordenado durante los tres meses anteriores a su arresto operaciones a futuro no autorizadas en los índices S&P 500, DAX y EuroStoxx, que no fueron detectadas por el sistema de control del banco porque fueron ocultadas con otras inversiones que resultaron ser ficticias. El joven broker comparecerá mañana ante la Justicia británica.

El episodio recuerda lo ocurrido en el banco francés Société Générale a principios de 2008, cuando uno de sus agentes bursátiles, Jérôme Kerviel, generó unas pérdidas de 4.900 millones de euros. El caso se cerró en octubre del año pasado con una condena de cinco años de cárcel para Kerviel y el reconocimiento judicial de que actuó solo, aunque el empleado aseguró que sus superiores conocían el tipo de operaciones arriesgadas que llevaba a cabo.

Al margen de las ya de por sí cuantiosas pérdidas en lo económico, el escándalo tiene otros daños colaterales. En primer lugar, afecta a la confianza que UBS, el banco más importante de Suiza y que nació en 1998 tras la fusión entre Swiss Bank Corporation y Union Bank of Switzerland, ofrece a su clientela. No en vano, sus primeras reacciones se han centrado en asegurar que este incidente no ha tenido repercusiones en las inversiones de sus clientes.

En su esfuerzo por suturar la herida lo más rápido posible, UBS se apresuró asimismo a subrayar que ya ha logrado «cubrir el riesgo asociado a las transacciones no autorizadas», al tiempo que añadió que las actividades de acciones «funcionan nuevamente de manera normal según sus propios límites de riesgo predefinidos».

La web suiza www.kleinreport.ch, especializada en temas relacionados con la comunicación y el marketing, reveló que UBS ha suspendido todas sus campañas de publicidad, información que fue confirmada por la propia entidad. «No tiene sentido lanzar una campaña centrada en la confianza y la competencia mientras se lleva a cabo una investigación sobre este caso», manifestó un responsable del banco.

Llueve sobre mojado respecto a las dudas sobre la mala gestión de UBS. Entre octubre de 2007 y octubre de 2008 sufrió unas pérdidas monumentales debido a las inversiones que había realizado en las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos. Finalmente, el Gobierno suizo y el Banco Central de ese país tuvieron que acudir al rescate, inyectando ingentes cantidades de capital y derivando los activos tóxicos a un fondo especial, un «banco malo» en el que depositar las «basuras» y así dejar limpio el «banco bueno».

El siguiente escándalo llegó en febrero de 2009, cuando UBS se vio obligado a reconocer su colaboración en el fraude fiscal estadounidense. Tuvo que pagar 780 millones de dólares al Ejecutivo de EEUU y facilitar al Tesoro el nombre de 300 de sus clientes, si bien éste reclamaba la identidad de 52.000 personas, a las que acusaba de evadir 14.800 millones de dólares.

Fueran 300 ó 52.000 los nombres, la decisión generó controversia porque supuso romper el principio del secreto bancario, pilar sobre el que ha construido su prestigio la banca helvética.

Unos meses después, en agosto de ese año, el Gobierno estadounidense y UBS llegaron a un acuerdo extrajudicial para solucionar la disputa. El pacto contemplaba que el banco revelase la identidad de otros 4.450 clientes, y a cambio logró conservar su licencia de operaciones en el mercado bancario de Estados Unidos.

Durante estos años, los cambios en la cúpula del banco han sido casi tan continuos como las oleadas de despidos. El mes pasado, sin ir más lejos, 3.500 de los 65.700 empleados perdieron su puesto de trabajo. El actual director general, el alemán Oswald Gruebel, llegó al cargo a finales de febrero de 2009, en pleno conflicto con el fisco estadounidense. Ha dejado claro que no piensa dimitir, ya que se siente «responsable» pero no «culpable» del agujero creado presuntamente por su empleado.

 

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