La directora Julie Delpy se reserva en “Le skylab” el papel que, desde un punto de vista autobiográfico, correspondería a su madre. En cambio, la perspectiva narrativa es la de una niña que representa la edad que la realizadora tenía en 1979. La película comienza con esa niña en la actualidad, ya convertida en madre de familia, durante un viaje en tren. La insolidaridad de los pasajeros, que no se avienen a intercambiar sus plazas para que ella pueda sentarse al lado de los suyos, introduce un gran flash-back que le traslada al año antes señalado, concretamente a la celebración familiar del cumpleaños de su abuela en Bretaña. Está claro que tiene un muy buen recuerdo de sus padres, primos, tíos, abuelos y demás parientes, porque conserva un sentimiento de unión familiar que desea transmitir a sus descendientes.

El factor nostálgico que impregna esta comedia coral juega a favor de la idealización de la familia, que es contemplada con absoluta benevolencia y un tono siempre amable, incluso cuando la caricatura correspondiente es la de sus miembros más ultras, de tal suerte que lo que pudo tratarse de un intento de violación queda en una anécdota más del maravilloso pasado infantil.

Hay algo de disfraz y de teatral en la puesta en escena, como si se quisieran exagerar los típicos setenteros para que parezcan menos tópicos. Los momentos de comicidad más logrados, con el prometedor actor de «Les beaux gosses» Vincent Lacoste, se acercan gratamente a las comedias juveniles que en esa época hacía Pascal Thomas.