GARA > Idatzia > Mundua

Unicef en Somalia, un ejemplo de la deriva de las agencias humanitarias

Los grandes medios presentan cada vez más en Somalia a las ONG como un factor insoslayable para la resolución de la crisis. En ese contexto, las estrategias de marketing están apartando recientemente a las agencias de la ONU de sus principios humanitarios fundadores, como lo muestra sobre el terreno la situación en Kenia y en Mogadiscio.

p030_f01.jpg

Jean Sébastien MORA

Los gritos de un chiquillo inundan el centro de acogida de Dagalahi, uno de los tres campos de refugiados de Dabaab, en Kenia. Está aterrorizado. A sus 18 meses, no ha visto a un blanco en toda su corta vida. Menos aún tras una inmensa cámara. Es un spot publicitario sobre la ayuda «humanitaria» lo que le ha separado de su madre. A su alrededor, el protocolo de comunicación parece bien engrasado: Ranganai Matema, una trabajadora zimbabwa de la UNICEF, intenta consolarle. Prometen a la madre que la grabación no durará mucho: visiblemente agotada tras días de marcha, ella observa pacientemente pero con la mirada vacía.

En las radios y en las televisiones, UNICEF anuncia a bombo y platillo que «12,4 millones de personas están en peligro en el Cuerno de Africa. Un tono y una utilización abusiva de las cifras que son juzgadas «catastrofistas» por figuras reconocidas de la ayuda de urgencia como Rony Brauman, cofundador de Médicos Sin Fronteras (MSF): «Nadie duda que la situación es grave en Somalia. Pero, referidas a una media docena de países, las cifras de UNICEF no tienen otra significación que la de un SOS de la ONU».

Efectivamente, la advertencia engloba a distintas regiones con contextos políticos y climáticos muy diferentes. Esta cifra no tiene así ningún valor real. En las últimas semanas, seguidismo periodístico obliga, pocos medios han tratado de verificar de forma independiente los datos ofrecidos por la ONU. Cierto es que pocas redacciones tienen los medios y la ambición de enviar reporteros especializados a zonas de desastres lejanas. Y cuando llegan, nada más salir del avión, los periodistas son directamente secuestrados por el departamento de comunicación de UNICEF, que en el campo de refugiados de Dabaab, te asegura el taxi y te ofrece guía. «Se ha establecido una relación cómoda con los trabajadores humanitarios, en la que la puesta en duda de ese tipo de discursos se convierte en algo delicado», se lamenta en declaraciones al diario keniata «The Est Africain» Rasna Warah, especialista en cuestiones humanitarias.

Miles de desplazados diarios

El estado catastrófico en que llegan las 2.000-3.000 personas que cruzan todos los días la frontera keniata refleja por sí solo la gravedad de la situación en Somalia. Más del 20% de los menores de 5 años que llegan a Dabaab lo hacen en un estado de desnutrición severa. Además de la sequía, la crisis humanitaria está ligada a la ausencia de infraestructuras en un país que sufre 20 años de guerra civil y a la inestabilidad generada por la guerra contra los islamistas de Al-Shabab. Pero conviene recordar que el hambre no afecta a regiones enteras sino a territorios localizados. Las investigaciones más serias revelan que la región más afectada es el sur de Somalia. Somalilandia, región independiente de facto al norte, se beneficia de una situación de estabilidad política y, por tanto, de una relativa abundancia alimenticia. No en vano ha sido calificada como «excepción democrática» por el historiador del CNRS Gérard Prunier.

«¿Dónde están esos 12 millones?»

Así las cosas, la pregunta se impone. ¿Dónde están los 12 millones de personas amenazadas en el Cuerno de Africa que denuncia UNICEF? Sólo el enclave de Ogaden, región poco poblada de mayoría somalí y en manos de Etiopía, sufre una situación en la que se combinan la sequía y las tensiones militares. Ocurre que la agencia de la ONU no duda en ampliar la lista de zonas con hambruna incluyendo a países relativamente estables como Kenia, Djibuti... e incluso a Uganda, un país verde con tierras extremadamente fértiles y muy lejos de la árida y ardiente Somalia.

Más allá de discordancias semánticas, la polémica apunta a una clara deriva en la gestión de las agencias humanitarias, ilustrada a la perfección tras el tsunami asiático de 2004. Entonces, MSF desmintió la urgencia de la situación y rechazó las donaciones, lo que generó reacciones muy airadas. El acceso a fondos, tanto públicos como privados, opera en un mercado hipercompetitivo y en el que pocas organizaciones rechazan una buena oportunidad para llenar la caja.

Desde finales de los años 80, los conceptos de planificación y de gestión estratégica han pervertido poco a poco la naturaleza de los programas humanitarios. Centrada en actividades logísticas e incluso comerciales, UNICEF busca siempre anticiparse cuando lanza una alerta global. Y eso que «las hambrunas son fenómenos difíciles de prever. por lo que hablar de hambruna potencial es un abuso del lenguaje», insiste Brauman. Tanto en Somalia como en otros lugares conviene acertar en los diagnósticos para atinar las respuestas y no reducir la ayuda a un simple lanzamiento de víveres en paracaídas. La ayuda humanitaria es un factor que debe utilizarse con precaución porque genera inflación, debilita a las economías locales e induce el fenómeno de «Pool factor», forzando a las poblaciones debilitadas a dejar su lugar de origen sin posibilitar su regreso en el futuro.

En un artículo reciente, el periodista ugandés Charles Onyango-Obbo advierte de que los grandes actores del mercado agroalimentario mundial se benefician igualmente de las declaraciones de hambruna, «obligando a la comunidad internacional a comprar millones de toneladas de alimentos de urgencia» y, por tanto, con un margen de negociación muy beneficioso para aquellos.

La crisis en Somalia es ante todo política y, por tanto, diplomática. A principios de agosto, la ONU lanzó una petición de ayuda de 2.400 millones de dólares, pero «el dinero no lo resuelve todo. Hay que actuar rápido para resolver la crisis actual, por supuesto, pero habrá que repensar nuestra manera de actuar y llevar a cabo un acercamiento más coherente y a largo plazo», explica Bathylle Missika, responsable del proyecto de la red internacional sobre las situaciones de conflicto y fragilidad de la OCDE.

Mucho dinero, nulos resultados

El Gobierno estadounidense ha enviado anualmente 850 millones de dólares a Somalia, lo que sumado a los fondos desbloqueados regularmente por Bruselas y los países árabes, en los últimos 20 años alcanza ni más ni menos que la friolera de 13.000 millones de dólares. Y no han evitado la crisis actual. En ese período, alrededor de 85 millones de euros anuales han sido consagrados a proyectos agrarios en la región de Bas Shabelli, una región atravesada por un gran río y que era el granero de Somalia en los años 80 y que siguió siéndolo tras el estallido de la guerra civil. Ahora, la ONU ha declarado en la zona el estado de hambruna. «Una de dos; o el trabajo de la ONU en Bas Shabelli ha sido un fracaso total, o la inseguridad alimentaria está sobreevaluada. Hasta el año pasado, la FAO aseguraba que la zona presentaba una producción excedentaria. Simplemente creo que se exagera actualmente el alcance de la crisis para recibir más fondos», asegura Ahmed Jama, un economista agrario somalí.

UNICEF, con un presupuesto anual de 380 millones de euros, no interviene directamente entre la población pero sufraga más de medio millar de programas en el sur de Somalia. Financia a más de un centenar de implementing partners (organizaciones ejecutivas sobre el terreno) y suministra actualmente 490 toneladas de raciones terapéuticas para los menores más desnutridos.

No obstante, tras estas acciones se descubren contradicciones, cuando no derivas evidentes. En 2003, Saacid, la mayor ONG somalí, lanzó una iniciativa bajo el lema district philosophy, una alternativa a la gestión centralizada que tiene como objetivo «construir una gobernanza desde la base, al estilo de la vigente en Somalilandia», señala uno de sus promotores, Abdulluhi Herder. Cada año que pasa, la financiación que recibe es cada vez menor porque la ONU recela de apoyar un protocolo de reconciliación en cuya definición no ha participado. «Las agencias dejan de lado las iniciativas surgidas de los somalíes. Y más cuanto más confianza generan entre la población o cuando suponen trabajar aquí, sobre el terreno, y no desde los exclusivos barrios de Nairobi», se indigna en Mogadiscio Kadidja Cosoble, experto somalí en resolución de conflictos.

En la práctica, las agencias de la ONU distribuyen fondos sólo para proyectos concebidos y gestionados por ellas mismas, sin ninguna evaluación externa independiente. «Toda estructura seria necesita un contrapoder», recuerda Vincent Briard, de la Alta Comisaría para los Refugiados (ACNUR). «Es una simple cuestión de ética. Las agencias que trabajan en Somalia tienen que rendir cuentas, y no a los donantes, sino al pueblo somalí», concluye Ahmed Jama.

 

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo