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Josu MONTERO I Escritor y crítico

Salamanca

He estado unos días en Salamanca y allí alguien me ha recordado aquella vieja máxima en latín eclesiástico que traducida viene a decir: «Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta». Donde dice Salamanca, léase, claro, su Universidad, y por extensión, la Educación, la Cultura. Y pienso que el más bello empeño de la modernidad ha sido el de llevar la contraria a esta máxima; esto es, que un cierto grado de felicidad, o al menos de placer, a través del conocimiento, está, debe estar, al alcance de todos. En igualdad de condiciones, todos podemos acceder al conocimiento. Naturaleza a todos da, «Salamanca» se tendría que ocupar de desarrollar esos dones, no de ignorarlos o de embrutecerlos o de prostituirlos.

La educación está en el punto de mira; «su popularización ha traído su ruina», empiezan a sugerir algunos; «el conocimiento hay que pagarlo», susurran otros. Y yo pienso: no es casual que precisamente esta estafa financiera, este desfalco especulativo del que somos víctimas, ¡y cómplices!, se produzca en una sociedad que ha tirado al cubo de la basura los estudios de Letras y de Humanidades.

Pero volvamos a Salamanca. En su Universidad se produjo en 1936 el encontronazo entre su rector, Unamuno, y el tullidísimo fundador de la legión, Millán Astray, que ha llevado a los escenarios teatrales el tándem Antonio Álamo/Adolfo Fernández. «Venceréis pero no convenceréis», zanjó D. Miguel la disputa que le valió el destierro. Lo malo es que hoy vencen y convencen, porque les seguimos votando como gilis. Tanto da a quién. Como afirma una pintada, de las abundantísimas que me han sorprendido en las paredes de Salamanca, justamente junto a su Universidad: «La democracia son los padres».

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