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Antonio Alvarez-Solís Periodista

Transparencias

Nada suele parecer tan obsceno como el lenguaje que transparenta su propia contradicción. Hablar de defensa de la normalidad mientras los juzgados por el caso Beteragune vuelven a la cárcel, hablar de la unidad de los demócratas cuando se persigue escandalosamente al abertzalismo de izquierda, hablar de paz cuando se da un sonoro portazo al comunicado en que los presos se adhieren al documento pacificador de Gernika, insistir en la imposibilidad de que toda negociación sea factible sin que una de las partes pisotee la propia alma, transparenta un lenguaje obsceno, un afán de guerra y de venganza mientras se iza una falsa bandera de justicia.

Durante unos días y en torno a los condenados del caso Beteragune y al documento que aproxima a la organización armada vasca a la paz definitiva muchos políticos y miembros de la alta administración del Estado han dedicado frases que transparentan una adversa disposición bélica al gran acuerdo para enterrar la pólvora, una espesa postura para impedir el camino final hacia el remedio. Lenguaje obsceno, torpe. Lenguaje sostenido por noticias falsas, por pajarotas; poblado frecuentemente de ambigüedades que inclinan a la confusión.

¿Cómo se le ha ocurrido al fiscal general, encargado de la acusación en nombre del Estado, decir que plantear el abandono de «la violencia a cambio de la amnistía -que se mencionó como paso a tener en cuenta y no coactivamente- y de la independencia» le parecía «intolerable» y constituía «una vergüenza»? ¿No hay manera de que un fiscal general se reserve su opinión en tanto no hayan decidido el Gobierno y el Parlamento acerca de estas solicitadas negociaciones? «Intolerable y vergüenza», dos vocablos que predicen ya cualquier postura de la fiscalía sin respeto al esperado desenvolvimiento de la situación. El Sr. Conde Pumpido condiciona con ello cualquier decisión del Gobierno en general y del Ministerio de Justicia en particular. Es más, pretender que se abra un escenario más pacificador y sereno en cuanto al cumplimiento de penas no es nada jurídicamente «intolerable», ni resulta moralmente «vergonzoso» que se exponga la precisión de una apertura política para que puedan expresarse sin temor los independentistas, ahora maniatados por la Ley de Partidos. Sostener ambos dicterios equivale a una presión, esta vez sí «intolerable», de un alto funcionario sobre el Gobierno que ha de dirigirle.

En cuanto a la petición de una posible amnistía ¿qué ha dicho el Sr. Urkullu, dueño ahora de un PNV cuyo aparato ha sido limpiado de arzallismo e ibarretxismo? Pues ha dicho esto, tras recordar que ya hubo «una amnistía global generalizada» en 1978: «Algunos de quienes pudieron gozar de aquella amnistía volvieron a las andadas», dice el dirigente jetzale ¡Contención y no invadamos el terreno propio del Sr. Basagoiti!

Yo creo, consideradamente, que el Sr. Urkullu no quiso significar que «volver a las andadas» equivalía a mantener, por pura imprecisión in termini», que las acciones de ETA contra la dictadura ensangrentada de Franco y en defensa de la democracia eran algo que nadie sensiblemente demócrata pudiera calificar de criminal. Más bien formaban parte de la defensa heroica de la libertad. «Volver a las andadas» significa que se reincide en la misma torpeza criminosa habiendo ya cambiado la circunstancia histórica. O sea, que es torpe identificar ambos periodos históricos con la intención de condenar por reincidencia. Ha de decirse que en el mismo acto en que habló el Sr. Urkullu se refirió con laxa cortesía a la necesidad de flexibilizar la política penitenciaria sin esperar a que la organización armada anuncie el cese definitivo de la violencia. Con esta última petición el inmenso error primeramente citado reduce su agudo de perfil merced a la caridad. A cada cosa lo suyo.

Pero en este guisado faltaba la salsa propia a que tiene acostumbrados a sus oyentes el singular Sr. Azkuna, alcalde de Bilbo ¿Qué dijo el Sr. Azkuna, con los dirigentes más relevantes del abertzalismo de izquierda en la cárcel y los representantes de Bildu sentados en el concejo? Dijo lo que sigue respecto a los encontronazos librados entre la policía vasca y los jóvenes que defendieron el gaztetxe Kukutza de Errekalde como centro de convivencia e iniciativas sociales: los jóvenes «sacaron lo más horrible del ser humano, que es la violencia».

¡Mal, señor alcalde, mal ese empleo del término «violencia» en este y otros casos que afectan a la emocionada intervención popular para proteger un ámbito cualquiera de libre expresión y realizaciones! Porque al fin y al cabo ¿cómo definir la frontera de la violencia en la sociedad que vivimos, que es una sociedad con visible y aguda anoxia? Nuestra sociedad existe ya como el bacilo tetánico, en un medio carente de oxígeno, o sea que se trata de una sociedad enclaustrada, con nula o casi nula comunicación con el aire libre.

En resumen, que vivimos muy violentados por instituciones, sistemas, aparatos, ideologías finalistas y otras gaitas que niegan en el hombre su existencia ancha y sana, su vida verdaderamente libre. En el caso que nos ocupa y que permitió lucirse a los ertzainas del señor consejero del Interior en el Gobierno de Lakua, la violencia no la produjeron los jóvenes que estaban tan ricamente en su gaztexe, sino los uniformados, a los que se niega además la hermosa decencia de actuar a cara descubierta, ya que la autoridad y sus representantes no deben temer a nada ni a nadie, pues actúan, se supone, con un alto contenido moral. Pero esto es ya otra cuestión.

Lo que importa aquí y ahora, señor alcalde, es que usted aseguró que tras tantas carreras, palos e incendios de contenedores, estaban los integrantes de Bildu, o sea, los mismísimos concejales de la coalición que habitan en su Ayuntamiento, supongo que con poquísima diversión política y cultural. Y esto último es grave, porque si fuera cierta esa aseveración suya usted tenía que formular esa acusación en un pleno municipal y proceder al debate correspondiente. Si me apura, incluso recurrir a la toma de las medidas que un alcalde autoritario debe tomar para justificar su fama. Conste que yo hago todas estas salvedades y reflexiones porque soy muy adicto a los okupas que hacen cosas tan diversas y tratan de construirse un ámbito de libertad para sus manifestaciones políticas y cívicas.

Piense, señor alcalde, que si a tales ciudadanos juveniles los Ayuntamientos y otros aparatos del poder les facilitaran ámbitos para reunirse, intercambiar experiencias e incluso alojarse mínimamente estos barullos no se producirían nunca.

Desde luego estoy de acuerdo con que lo más terrible que habita las profundidades del ser humano es la violencia, pero insisto en saber quién tira la primera piedra en estos asuntos que afectan a la libertad y a la política social. Es más, como bildustarra modesto y poco peligroso le diré que no me parece tampoco bien que usted declare que entre la izquierda abertzale «hay muchos antisistema y okupas, por lo que no nos tiene que llamar la atención que les tengan mucha simpatía» a esos chicos que a veces, eso sí, se ponen algo repetitivos tocando la flauta dulce. Pero ya sabe usted como son los jóvenes, porque a ellos se les ve pronto. En cambio tienen que pasar muchos años hasta que los ciudadanos sepamos cómo son los alcaldes del Sistema. Y no quiero cerrar este papel sin aclarar que de todo lo dicho deduzco que el ambiente político no está correctamente poblado. No trato de denunciar con ello que haya okupas en la política, pero si gente ligera de equipaje lingüístico. Y esto me preocupa mucho, porque me parece que el mundo de lo público debiera andar mejor surtido.

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