Los firmantes del Acuerdo de Gernika han pedido una reunión a Patxi López -también a Yolanda Barcina- justo al día siguiente de que presentara su «plan de paz» en el Parlamento. Al parecer, los pasos, muy tímidos aún, que en él se contemplan son interpretados por los agentes políticos, sociales y sindicales que han suscrito el acuerdo como un indicador de que de la mano del lehendakari se ha roto la máxima que durante tantos meses ha mantenido su partido en relación con la situación política vasca, aquella que decía que al Estado no le correspondía dar ningún paso, y que ha interiorizado la necesidad de moverse para asentar un escenario de soluciones. Está por ver si esa petición tiene respuesta, pero lo cierto es que parece que estamos pasando a otro estadio más constructivo, que debería confirmarse con hechos, más que con palabras.

Las declaraciones de José Antonio Pastor, asegurando que en el seno del PSOE conocían las intenciones de López, y las reacciones de Alfredo Pérez Rubalcaba y del portavoz del Gobierno español, José Blanco, dándole su visto bueno, sirven para dar empaque a las palabras del lehendakari, aunque tanto el discurso del jueves como las valoraciones de ayer están tan llenas de condicionantes y tan vacías de propuestas concretas que es lógico preguntarse si estamos ante un cambio real o si, al contrario, se trata solo de un intento de sondear opiniones. El partido que gobierna en Gasteiz y en Madrid tiene un déficit de credibilidad en este sentido que podría empezar a corregir cumpliendo su propia legislación en materia penitenciaria y renunciando a las leyes de excepción que ha promovido en los últimos años.

El lehendakari sabe que no es difícil alcanzar un alto grado de consenso político y social para avanzar hacia la paz y la convivencia. Basta con que escuche lo que demanda la mayoría de la sociedad vasca. Si la política de inmovilismo ha llegado a su fin, si hay voluntad, solo queda que todas las partes entren en el carril de la solución y que avancen en la misma dirección.