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Antonio Alvarez-Solís Periodista

La Europa que nos ayudó

En otros tiempos, existía un refrán adecuado al tipo de economía vigente a la sazón: «El regalo del aldeano Dios se lo dé a quién lo desee». Actualmente, en el « gran casino» en que, según Alvarez-Solís, han convertido los ricos sus negocios, dicho refrán ha debido ser readecuado a la realidad actual: «Ante el regalo que hace el poder, Dios ayude a quien lo pueda devolver». El veterano periodista se refiere a devolver la «ayuda europea».

Cuando existía la sencilla y directa economía de las cosas, decía un viejo proverbio de advertencia: «El regalo del aldeano Dios se lo dé a quién lo desee». Era la época en que el rico no se fiaba del labrantín que acudía con dos capones por Navidad para recordar al amo que no podría pagar la renta del año. Ahora, cuando los ricos son mordidos por la dificultad a que los ha conducido su adición al juego azaroso en el gran casino en que convirtieron sus antiguos y hogaño menospreciados negocios con las cosas, ha tenido que modificarse el proverbio antes citado para acomodarlo a la realidad vigente: «Ante el regalo que hace el poder, Dios ayude a quien lo pueda devolver». Porque por estos días llega la reclamación, con recargo, de lo que hace no más de tres décadas fue donado al poverello que por aquel tiempo celebraba sus alegres e incitantes nupcias con Europa ante la vaca sagrada de la Unión, a la que ahora han hecho la mastectomía. Y hay que pagar como sea la operación a esa mutilada vaca incluso con la romana entrega de las vírgenes al templo. Todo sea por mantener el declinante lujo de las casas grandes. Europa es una decadente Sicilia, una malbaratada memoria griega, una jacarandosa España repletas de palacios en los que se aquieta el polvo o una Lisboa antiga é senhorial que canta sus melancólicos fados en los nocturnos y húmedos cafetines junto al Tejo.

Leo el nuevo acuerdo de las potencias europeas que aún lo son y que reclaman a los que respiran con dificultad el cumplimiento del Pacto de Estabilidad. Habrá sanciones financieras con bloqueo de fondos cuando los países incumplan sus compromisos fiscales, se creará un depósito generador de intereses por los países dudosos que si no consiguen un saneamiento de su deuda en un plazo breve serán despojados de esos intereses, además de otros diversos correctivos. La Europa a la que acunó, según se ha repetido hasta la saciedad, un espíritu de confraternidad para allanar las diferencias entre pobres y ricos se convierte ahora en un exigente y duro banco y, sobre todo, dueño de las soberanías nacionales. Quizá esto último, que ya funciona mediante determinados mecanismos, sea lo más grave para los pueblos que habitan en esos Estados prácticamente en quiebra ¿Qué soberanía de pervivencia resulta posible en esos pueblos amanillados?

No inventemos más lenguajes de escayola: se trata de una reducción al servilismo que impedirá a cualquier gobierno proceder con humanidad respecto a sus ciudadanos. Cuando en otros papeles como este que escribo ahora advertíamos modestamente que la colonización ya no tiene horizontes geográficos lejanos, sino que está instalada en el mismo ámbito que habita la mayoría de socios que conforman la granja europea, no hacíamos ninguna suerte de barata profecía sino que se verificaba la realidad en la que iban hundiéndose muchos pueblos de los que han desaparecido los rasgos de humanidad necesarios para vivir dignamente.

Los poderosos obligaron a los estados a esconder esta realidad. Y así, Europa se ha convertido en un falansterio donde millones de seres abandonados a su suerte están forzados a producir, con gigantescos y a veces criminales esfuerzos, el dinero que los poderosos necesitan para tapar su culpable y creciente desnudez. Esos poderosos seguirán vistiendo, con el hueco lenguaje de sus Premios Nobel y de sus falsarios expertos, la modernidad pervertida a fin de continuar danzando entre la niebla.

Pero lo cierto es que una multitud creciente de europeos ya han sido expulsados del llamado estado del bienestar y están entregados a una extenuante sucesión de impuestos, de contribuciones, de exigencias que sólo se pueden satisfacer mediante la creciente destrucción de capas sociales a las que no queda siquiera el tornavoz de una prensa libre, la lanza de unos sindicatos populares o el control de parlamentos que representen realmente a la nación necesitada.

El estado del bienestar ha dejado de existir y se ha convertido en una máquina de cobros que no entiende de necesidades populares perentorias. Las pensiones viven en un permanente vaivén de existencia sin consideración alguna a las vidas que han sido consumidas en la fabricación penosa de la realidad ahora destrozada a dentelladas por los tiburones que jamás se sacian. La enseñanza se dirige a la selección de los excelentes no para que luchen por la mejora de una sociedad digna de tal nombre sino para que sirvan, como si saliesen de una academia militar, al duro dominio de la mayoría. La cultura, ya sin ninguna clase de profundidad, se ha convertido en un espectáculo de sombras chinescas donde el espectador ríe mientras se entretiene con un cucurucho de palomitas. Las fuerzas policiales no tratan de yugular el delito verdadero con eficacia y respeto al derecho sino que están encargadas de cerrar la boca a quienes alzan su voz en pro de la libertad. Los bancos son oficinas receptoras de los fondos que los gobiernos van muñendo de la calle.

El mercado ha sido sustituido por un juego trilero donde nadie de buena fe logra acertar debajo de qué cubilete está su posibilidad de salir adelante. El lenguaje se ha empobrecido hasta tales extremos que ya carece de palabras para expresar con credibilidad la terrible realidad en que millones de seres agonizan, muchas veces literalmente. Y las iglesias convierten la lucha social en oraciones que resuenan apocalípticamente para indicar que el camino de la salvación no está en el ejercicio del combate social sino en la esperanza escatológica ¿Es así o no es así como está la situación?

El sistema sabe la verdad del drama, pero va troceando la realidad siniestra en porciones humanas a las que puede engañar, como a ratones, con un pedazo de mal queso ideológico o un espectáculo de luz y sonido que acaba siempre en la exhibición del escaso lujo propio de la decadencia para que «sonrían los niños de los suburbios», como decía un texto pastoral de mi juventud, cuando también se construía con hambre y violencia ¡Cristo, qué fenomenal engaño, qué feroz descoco, que simplicidad homicida!

Cuando culminaba este papel leía que los bancos centrales acordaban una inyección de liquidez a la Banca nutriéndola de préstamos a muy poco más del uno por ciento. Y gritaron: «¡Por fin hemos acordado la salvación!» Pero ¿es justo acaso que esos bancos que dilapidaron sus fondos para colmar a los poderosos y abandonaron su función de distribuir el crédito social para los que ahora llaman sarcásticamente «emprendedores» reciban un dinero regalado -arrebatado además a esos pueblos- para dejar caer unas gotas de ayuda a esos maltratados ciudadanos a un precio escandaloso? ¿Aún más ganancias inicuas para quienes un justo régimen social debería castigar en un proceso de urgencia?

«Populares» que empujaron la sensatez fiscal y económica hacia el despeñadero; socialistas que aprovecharon el viento repleto de turbulencias, generado por sus antecesores, para incorporarse al bienestar deshonesto; cristianodemócratas que escandalizaron con sus deshonestidades; liberales sin idea de lo que hicieron sus antepasados; nacionalistas que cambiaron su nación por un plato de lentejas...

El panorama está entre el huracán que han levantado los irresponsables y la mar de grandes olas sucias. Mar por el que se invita a las masas para que practiquen el surf de la sobrevivencia y mantengan su vida en la mansedumbre para que las agencias gubernamentales les concedan la triple «A y +» de la paz. Porque resulta que esas masas son responsables de haber caído en la red de las gloriosas mentiras. Pobres e idiotas ¿Acaso es soportable tanta inclemencia?

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