GARA > Idatzia > Kultura

Carlos GIL | Analista cultural

Al peso


Hay tradiciones de restauración en los que se paga al peso. Sea carne asada, arroces variados o ensaladas, se pesan y a tanto el kilo da el coste de tu menú. Tal como vienen las cosas, algún predicador de las industrias culturales y de la aplicación de la economía de escala en los intangibles, propondrá que se valore de la misma manera el arte y los bienes culturales: al peso, con el uso extendido del sistema métrico decimal o cualquier otra medida y en su defecto por tiempo. Valdrá mucho más una escultura en plomo que un poema visual hecho por una performer magra. Las obras de teatro durarán seis horas para que al final paguen más los espectadores, o sus deudos, y las sinfonías se cotizarán con bastante más precio que las jotas.

Las emociones, los sentimientos, ese pellizco que te trasciende, esa revelación que algunas obras de arte nos provocan y nos reafirman como seres humanos capaces de formar parte de un acto irrepetible, ¿cómo se mide, pesa o cuantifica? ¡La calidad, estúpido! El saltimbanqui sabe de física, se reta cada día con el espectro rumboso de Newton, pero se convierte en artista cuando su triple salto mortal se equipara en la química de la neurona espejo a un poema de Sarrionandia o un solo de ese saxo que llora con dulzura canalla.

La calidad artística puede convertirse en una coartada, en una subjetividad de mercado, pero si nos ponemos a estudiar la historia del arte, a expresarnos fuera de los contextos mercenarios y de los delirios de los comisarios de nómina, seguro que llegamos a acuerdos consensuados rotundos para buscar el peso específico de cada obra.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo