Las horas diarias empleadas en colocarse delante de un electrodoméstico que habla, nos crea amistades con desconocidos. Uno puede llegar a considerar a Ruiz Mateos como parte de su propia familia. O confundir a Duran i Lleida como alguien con el que coincide en la panadería. Ser familiar de Ruiz Mateos es casi una iniciación en la delincuencia de corbata y camisa de seda. Habíamos escrito sobre sus anuncios pidiendo participaciones en sus empresas, aquellos famosos pagarés de cincuenta mil euros que se han convertido al parecer en un timo del tocomocho, pero realizado por televisión.

Ahora lo vemos otra vez en su escenario más natural: las entradas de los juzgados, rodeado de abogados y con muchas cámaras siguiendo sus pasos. Y lo vemos crecido, es decir erecto, como si llevase un collarín metálico que le permitiese mantener su cuerpo envarado, pero arrogante. Para que luzca mejor su terno ajustado, su camisa y su corbata, y desde esa armadura, potenciar su caradura, su cara amojamada, su cara plastificada donde se encuentran unos ojos, una nariz y una boca y por esa boca salen sonidos, palabras, frases, que nos retratan su vocación, su destino: «volvería a hacer lo mismo que he hecho». O sea, sin redención. El dinero logrado a base de dejar a miles de trabajadores en la calle, con empresas descapitalizadas, aunque nadie sabe dónde están los millones de euros esfumados.

Lo de Duran i Lleida, conocido como «el señorito del Palace», ya que vive en ese lujoso hotel frente al congreso de los diputados de Madrid, es una asunción como líder del pensamiento más reaccionario que se escondía tras una meliflua cabeza desposeída de sombras capilares. En cuatro frases ha conseguido alcanzar la gloria en las redes, metiéndose con los andaluces, con los emigrantes o con los homosexuales. Está haciendo méritos para ser nombrado ministro de un futuro gobierno del PP. O en su defecto para ocupar plaza de tertuliano en cadena ultra. No sé qué ofende más de sus pensamientos expresados con retórica de extrema derecha, pero le ha salido de dentro, o sea, que lo piensa, lo dice y se hace famoso y encabeza las listas de los políticos más rechazables.