Alberto Pradilla | Periodista
La apología de un linchamiento
No soporto ver a un hombre humillado o torturado. Ni siquiera a mi peor enemigo. De la prensa y sus esclavos, ¿qué decir?». La reflexión, colgada en el Facebook del periodista vasco Unai Aranzadi, resume lo más sensato que se ha escuchado después de comprobar el fervor sanguinario con el que un sector de los medios de comunicación han acogido el linchamiento y posterior ejecución de Muamar Gadafi.
Las repugnantes imágenes de un hombre gravemente herido, confuso y que apenas se tiene en pie, en medio de una turba dispuesta a sacrificarlo a golpes, evidencian los dobles raseros con los que nos manejamos a la hora de afrontar los efectos de una guerra.
Por desgracia, a nadie sorprende que buena parte de las cabeceras occidentales hayan hecho bandera de un anciano que ha sido apaleado hasta la muerte y cuyo cuerpo se profana de forma pública desde el momento mismo de su ajusticiamiento. Aunque después de comprobar cómo la prensa tunecina llegaba a abrir con un macabro «muerto como una rata», uno llega a plantearse hasta qué punto el «en la guerra todo vale» se ha instalado en un sector de la opinión internacional.
¿Quién está en posición de dar lecciones sobre derechos humanos cuando jalea la exhibición de un cadáver como trofeo de caza? ¿Dónde están ahora las denuncias contra los crímenes de guerra? ¿Cómo calificar el hecho de que existan televisiones que han hecho su directo desde la cámara frigorífica donde se exhibe el cuerpo, como si este pudiese utilizarse como atrezzo?
Si se denunciaba la represión con la que el propio Muamar Gadafi castigó a los manifestantes, ¿no es una obligación levantar la voz contra una ejecución sumaria?
Ante estas imágenes, uno se plantea también qué habrá pensado un personaje como el presidente del Gobierno francés, Nicolas Sarkozy. ¿Qué proceso mental le permitirá abstraerse del hecho de que el líder con quien compartió tantas visitas oficiales sea ahora un cuerpo inerte y torturado? Puede que le consuele el hecho de que, una vez asesinado, Gadafi no podrá señalarle con el dedo y recordarle que, hasta hace ocho meses, ambos fueron socios.