En este caso hay una aportación que se nos convierte en una contradicción estética. Lo que se nos ofrece parece algo prefabricado, un modelo de espectáculo flamenco que puede acomodarse a los poemas de Hernández o de cualquier otro, que la parte hablada, muy bien interpretada, por cierto, por Evelyne Istria, tiene otro pulso, pero es simplemente una intrusión en un mundo que pertenece a otra idea estética que la que se desprende de la obra de Miguel Hernández.

Plantear este oratorio como un espectáculo flamenco, con cante, baile, palmas, pese a que se utilice otra instrumentación, es intoxicar de manera extraña la esencia de lo que se pretende homenajear, porque estamos hablando de textos escritos en otros tiempos, de otros compromisos, y esta factura tan de franquicia internacional, del flamenco más de exportación, choca frontalmente con la propuesta estética de Miguel Hernández, más pegada a una lucha obrera, a un cambio, a una esperanza, a una adscripción ética y política.

Es decir, la pureza del poeta sencillo, se convierte en una excusa para traducirlo a otra clave de entendimiento, en un espectáculo que busca ahondar en otros registros mucho más codificados y tópicos. E insisto, lo que se ve, está bien hecho, pero es contradictorio con lo que dice, y se puede creer que Miguel Hernández era un coplista y no un profundo poeta mayor.