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ANÁLISIS | Efectos de la deuda financiera

El tiempo es oro

Explica como se ha llegado a que la deuda sea un grave problema para la estabilidad en el conjunto de la UE, por lo que analiza esta situación, que a comienzos de la crisis ya se veía venir, pero nadie quiso actuar para no importunar a los prestamistas.

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Isidro ESNAOLA | Economista

En cuestiones de economía todo el mundo tiene asumido que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera. Sin embargo, hay cantidad de cuestiones que funcionan tal y como funcionan por simple convención humana, es decir, por acuerdo social y por lo tanto están sujetas a cambios siempre que fuerzas sociales suficientes impulsen ese cambio.

Una de esas convenciones es la relacionada con el capital. Éste puede ser visto en sus dos vertientes: la física y la financiera o inmaterial. Cuando un empresario hace una inversión para organizar la producción de alguna cosa, generalmente manda construir o compra un edificio, alguna o varias maquinas con las que producir la mercancía en cuestión y contrata trabajadores y trabajadoras para manejen esas máquinas. Todos estos elementos físicos que conforman el capital de una empresa sufren un desgaste en la medida en que se van utilizando; cuanto más rápida e intensamente se usen, antes terminarán por ser inservibles. No importa cuanto se haya pagado, terminarán por no valer nada. Esto vale tanto para las máquinas como para las personas. Es cierto que las personas, a diferencia de las máquinas, aprenden durante el proceso de producción, pero sus cuerpos sufren el desgaste de la misma manera que el capital físico. A largo plazo, todos estaremos muertos.

El capital físico también sufre un desgaste si no se utiliza. El paso del tiempo estropea todas las cosas que tenemos por muy bien guardadas que estén: las máquinas se desajustan, sus componentes se oxidan, los edificios se agrietan, aparecen goteras y poco a poco todo termina degradándose. Y las personas, trabajemos o no, con la edad vamos acumulando achaques hasta que nuestro cuerpo dice basta ya. No hay escapatoria a la flecha del tiempo.

El otro tipo de capital, el capital financiero, ese que se presta por ejemplo a un empresario para que compre las máquinas y demás artefactos y contrate a los trabajadores no se desgasta con el paso del tiempo, sigue valiendo lo mismo; los cien prestados ayer, son cien hoy y serán cien mañana. Es más, el capital financiero se acrecienta con el paso del tiempo. El capital se presta con interés, digamos al 5%, con lo que los 100 de hace un año se convierten a día de hoy en 105 y el año que viene serán 110,25 y si nadie lo remedia, a ese tipo de interés dentro de catorce años y pico serán 200. A diferencia del capital físico las deudas no solo no se deterioran con el paso del tiempo, sino que crecen rápidamente por la acción del interés compuesto. El que tenga capital financiero, ya puede prestarlo y tumbarse a la bartola a vivir de los intereses que genera.

Tenemos por lo tanto una fuerte contradicción entre eso que llamamos capital físico y capital financiero: el primero se degrada constantemente y necesita ser repuesto cada cierto tiempo, mientras el último crece ininterrumpidamente y además en proporción geométrica. Este desajuste impulsa a aquellos que han pedido un préstamo a devolverlo cuanto antes lo que provoca una utilización muy intensa de los equipos que ha comprado.

Este estado de las cosas ha servido para impulsar un rápido incremento de la producción y el crecimiento económico en general. A pesar de ello, las deudas crecen más rápidamente que la producción con las que hay que pagarlas y el capital físico se degrada y hay que reponerlo constantemente mientras el capital financiero crece sin pausa en abierta contradicción con las leyes de la física.

Esta divergencia entre el comportamiento de uno y otro se va corrigiendo por la acción de dos mecanismos: uno gradual y otro drástico. El gradual es la inflación, es decir, el aumento de los precios. Ese incremento hace que lo que el año pasado eran cien, este año siga siendo cien, pero lo que se podía comprar entonces con ese dinero sea más de lo que se pueda comprar hoy en día porque los precios han aumentado.

El aumento de los precios funciona como una especie de desgaste del capital financiero: si la inflación es muy alta, los ahorros y las deudas pierden todo su valor de un año para otro. Esta es la razón por la que el Banco Central Europeo ha hecho de la lucha contra la inflación el fin último de todas sus actuaciones. Su misión es proteger al capital financiero del desgaste. De esta manera defiende los intereses de los ahorradores, que cuando prestan sus ahorros se convierten en rentistas, frente a aquellos que necesitan capital para poner en marcha nuevos proyectos productivos. Se llenan la boca de palabrería sobre el apoyo a los emprendedores pero toda su política está dirigida a salvaguardar los intereses de los prestamistas.

En Europa algunas economías tienen capacidad de ahorro y por lo tanto pueden prestar dinero, mientras que otras no tienen esa capacidad y tienen que pedir préstamos a las primeras. Éstas prestan gustosamente sabiendo que sus deudas están protegidas contra el desgaste que supone el aumento de los precios.

El problema de la divergencia entre el crecimiento del capital físico y del capital financiero se agranda cuando los préstamos en vez de utilizarse para financiar nuevos proyectos productivos que son los que pueden generar recursos para devolver las deudas, se utilizan para invertir en proyectos de dudosa rentabilidad económica, para especular con el suelo, la vivienda o las infraestructuras. Mientras llega más y más dinero para especular, se puede ir haciendo frente a los intereses y las deudas, pero cuando la llegada de capitales se detiene y los que había se retiran, la evidencia de que las deudas no se podrán devolver se hace palpable. Y es que las deudas crecen en proporción geométrica mientras el capital productivo no solo no ha crecido en este período, sino que ha disminuido porque los prestamos no se han dedicado a la inversión productiva, sino a la especulación.

Cuando la divergencia entre el capital físico que produce mercancías y genera recursos y el capital financiero, es decir, las deudas, no ha podido ser corregida por la inflación entra en acción el otro mecanismo, cuya acción para acompasar ambos es mucho más drástica: anular parte de las deudas. Si la diferencia entre el volumen de uno y otro es muy grande se hace evidente que las deudas no podrán devolverse en su totalidad y se impone buscar una salida en la que el capital financiero disminuya, es decir, eliminar parte de las deudas. Esto libera recursos para permitir que el capital físico pueda funcionar y reponer el desgaste que sufre.

Incluso al comienzo de la crisis era bastante claro que esto ocurriría, pero entonces nadie quería importunar a los prestamistas y se ha hecho todo lo posible para alejar la solución en el tiempo. Pero como hemos visto más arriba, el tiempo influye de distinta manera en el capital físico y en el capital financiero, mientras este último no deja de crecer, el primero se va desgastando y si no se repone se vuelve inservible. La caída de las inversiones, no olvidemos que primero hay que devolver las deudas, nos está llevando a una nueva recesión, lo que supone todavía menos recursos para atender las deudas. Metidos ya en ese ese círculo vicioso, los dirigentes de Europa han admitido por fin que las deudas son demasiado grandes para ser devueltas en su totalidad y que habrá que proceder a anular parte de las mismas antes de que todo el sistema financiero colapse por completo. Y eso es lo que están preparando durante las últimas semanas: la quiebra de Grecia a la que es posible que siga la quiebra de algún otro país. Además, la bancarrota del que ha recibido dinero puede arrastrar a la quiebra al prestamista, por lo que también están dando pasos para intentar que los bancos no caigan uno detrás de otro. Y en esto llevan ya meses.

Como dijo Benjamin Franklin: «el tiempo es oro».

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