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Los primeros en la revolución, los primeros en las urnas

Los tunecinos acudieron masivamente, con tranquilidad y con entusiasmo, a votar en las primeras elecciones libres de la historia de su país para elegir una Asamblea Constituyente, nueve meses después de las revueltas que derrocaron a Ben Ali y encendió la chispa de la «primavera árabe». Los resultados se conocerán mañana.

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Santiago ALBA RICO

«Aquí empezaron las revoluciones árabes y aquí se celebran las primeras elecciones», señalaba Zaineb, una joven de 25 años, diseñadora de muebles, mientras esperaba su turno para votar junto a la plaza de Bab Assueiqa, en los aledaños de la medina de Túnez. Se protegía del implacable sol bajo una bandera tunecina, en compañía de tres amigas de la misma edad que insistían como ella en el carácter «ejemplar» de las elecciones tunecinas para el resto del mundo árabe. Dos con velo y dos no, cada una iba a votar a una lista diferente, pero aseguraban que esta vez todas votaban «por los mártires y la libertad de Túnez» y no por los partidos.

La jornada era veraniega, casi tórrida, pero ello no impidió que los tunecinos esperaran largas colas desde las primera hora de la mañana. En Hay Tadamun, uno de los barrios más populares y pobres de la capital, los porcentajes del paro son los más altos de la ciudad, las escuelas sobrepobladas carecen de recursos y las viviendas precarias se inundan cuando llueve. Pero ayer cientos de personas hacían cola pacientemente, con seriedad infantil, para dejar de ser niños; de las aulas convertidas en salas de votación salían con un dedo manchado de tinta azul, señal de la nueva ciudadanía recién estrenada.

«Es una fiesta»

La operación era lentísima, pero poco antes del cierre de los colegios había votado el 70% de los inscritos. «Para nosotros es una fiesta», decía el interventor del partido islamista Al-Nahda mientras señalaba la inmensa sábana de papel, poblada de símbolos partidistas, en las que los electores debían marcar una cruz.

Al-Nahda tiene una fuerte influencia en este barrio castigado por la pobreza. Hay Tadamun dio nueve mártires a la revolución en enero y muchos de sus vecinos fueron encarcelados por su militancia islamista bajo Ben Ali. Un impresionante tejido social de familiares de ex presos les asegura un apoyo del que carecen otros partidos. También más financiación, organización y recursos.

Amen, una inteligente joven de 19 años y medio, no confesó su voto, pero no hizo falta; estudiante de humanidades, cubre su cabeza con un velo mientras desnuda su sonrisa: «Reivindicamos libertad para todos, también para las que queremos llevar velo», decía mientras aprobaba la ley electoral elaborada por la Alta Instancia para la Realización de los Objetivos de la Revolución, que permitirá la entrada de pequeños partidos en la Asamblea Constituyen- te y una amplia representación de las 1.520 listas que se presentaron a los comicios.

En Mutuellevile, en Menzah o Nasser, barrios burgueses, la afluencia fue también muy alta. Aquí llegaban en coche y vestidos a la occidental para votar, sobre todo, a los partidos laicos, socialdemócratas o liberales: el Partido Democrático Progresista, el Polo Modernista o Ettakatul. También quizás por los partidos (como Mubadra) bajo los que se esconden los viejos partidarios de Ben Ali reciclados en «revolucionarios». Parte de su estrategia electoral ha estado erróneamente dirigida a polarizar la sociedad tunecina en torno al laicismo, fuente de legitimidad de la dictadura, favoreciendo sin querer los intereses de Al-Nahda, al que muchos tunecinos votarían ayer, por reacción, como referente honesto de la identidad islámica.

Los partidos de izquierdas, fugazmente reunidos en el Frente 14 de Enero, no han caído en la trampa y se han centrado en cuestiones económicas y sociales -mientras aceptaban en sus programas referencias a la mayoritaria identidad religiosa-, pero han llegado desunidos a la cita.

En los últimos meses, tras el derrocamiento de Ben Ali, las potencias occidentales han recuperado el terreno, los problemas sociales se han agravado y parte del impulso colectivo inicial se ha perdido. En Hay Tadamun, un rumor muy elocuente decía la semana pasada que muchos de los jóvenes que hicieron en enero la revolución aprovecharían la jornada electoral para marcharse a Italia en patera. Una rápida profesionalización de la política, con este bullicio de más de 100 partidos y casi 11.000 candidatos, parecía haber envejecido a este país en pocas semanas.

Pero la jornada de ayer, con la inesperada alta participación, madurez y felicidad de los electores, renueva, bajo otra forma, la sorprendente reclamación de libertad de un pueblo del que nadie esperaba nada. Como decían Zeineb y sus amigas, de lo que ocurra en Túnez depende también el curso de los procesos de cambio de los países vecinos.

No deja de ser extraño que mientras la democracia retrocede o se desprestigia en Europa, los árabes deciden tomársela en serio. De la revolución a la votación parece un camino de descenso. No lo es en esta zona del mundo, petrificada durante décadas en beneficio de Occidente, ni en estos momentos de contrarrevolución global. Ahora hay que saber cuánta democracia y de qué tipo se les permitirá tener a los tunecinos y qué harán para defenderla cuando traten de congelársela, erosionársela o robársela.

 

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