Jose María Pérez Bustero escritor
La incidencia de Euskadi Ta Askatasuna
La doctrina y praxis antiterrorista de las últimas décadas han provocado que cualquier análisis sobre ETA se topara con el marcaje penal, que retraía de cualquier reflexión pública no afín al sistema. Ahora que ETA ha declarado el final de su actividad armada debe retomarse un análisis abierto sobre ella para comprender la historia reciente del País Vasco, ya que existe una serie amplísima de campos en los que se detecta el impacto, directo a indirecto, de la organización.
Voy a mencionar seis elementos claves de esa incidencia. Primero, la función de aguijón del país. Hay que recordar que cuando nació Ekin, en 1952 -que seis años más tarde se transformaría en ETA-, en el País Vasco existía una memoria amarga de las décadas anteriores. Por una parte se mantenía el recuerdo de la pérdida de legislación foral tras dos sangrientas guerras carlistas. Por otra, eran recientes las luchas obreras que habían tenido lugar en las zonas industrializadas, y las luchas de los agricultores para recuperar los comunales en las zonas agrarias. Eso hacía que el País Vasco fuera considerado una tierra de descontento y reivindicaciones. Sin embargo, esa actitud colectiva de ira y reclamación pareció desaparecer ante la tremenda crueldad y exhibición de la guerra y dictadura franquistas. Durante años se vivió en una especie de impotencia hasta para expresar el dolor. Las huelgas de 1947 fueron tan duramente reprimidas con miles de detenciones y ocupación militar de la calle que se repitió de nuevo un estado de ataraxia, de callamiento de la amargura.
En esa sociedad en silencio, con el añadido de una geoestrategia de acogida internacional al régimen franquista, surge Ekin. Unos jóvenes estudiantes que emergen del PNV, a la sazón desconcertado por la desaparición de sus presuntas alianzas, como quedó evidenciado en el desalojo de su centro en París en 1951 y el concordato del Vaticano con el régimen del dictador. En pocos años, no con lucha armada, sino con reuniones, charlas, cursos clandestinos de euskera e historia, pintadas y colocación de ikurriñas, Ekin despertó al país. Funcionó como neuronas, es decir, como detectores y denunciadores del dolor colectivo. Así los percibió un gran sector de la población vasca, que desde entonces dejó de ser una sociedad afónica, como tantas otras. Y la misma percepción continuó cuando en 1958 Ekin se transformó en una organización de resistencia, que se autopercibía similar a la de otras del llamado tercer mundo, con la más cercana de Argelia.
El segundo elemento es que, bajo su incidencia, abierta o solapada, sobrevino una concepción singular del nacionalismo vasco. Frente a la exultación nacionalista propia de muchos países en momentos de triunfo o de banalidad (prepotencia armada, obras faraónicas, éxitos deportivos), en Euskal Herria no se tomó la patria como una despensa, sino como una nación que me necesita. La patria no es una casa que poseo, sino que construyo. La misma pequeñez geográfica, la vulnerabilidad y la desarticulación de esa patria no diluían el apego, sino que lo hacían más complejo y tenso. Euskal Herria era querida por ser una tierra variada y hermosa, pero también como patria que huía, arriesgaba y hasta se desangraba y agonizaba. El acoso generaba mayor apasionamiento.
El tercer elemento fue que el nacionalismo vasco dejó de ser una mera nostalgia histórica y étnica y asumió la reivindicación socialista como parte esencial de sus reivindicaciones. Ese componente socialista tuvo, además, una gran novedad ya que no se lo restringió a conseguir los derechos de la clase obrera, sino del pueblo. Mientras que el marxismo no había entendido ni asumido las aspiraciones de pueblos sin estado, el nuevo socialismo tras duras y repetidas reflexiones y debates, se propuso recuperar los derechos en el campo lingüístico, cultural, urbanístico, institucional y penal; fomentar el equilibrio etnológico, lograr la igualdad de roles de hombres y mujeres, y promover la libertad sexual
El cuarto elemento de esa incidencia fue que la dinámica popular vasca no se restringió a una suma de impulsos desconectados, sino que, progresivamente, se dotó de una enorme consistencia. La claridad en el análisis del propio proceso y la decisión de llegar a objetivos finales creó una toma de conciencia colectiva que no se detenía ante lo que iba acaeciendo. No era determinante lo que sucedía sino cómo se reaccionaba ante lo que sucedía. Los acontecimientos positivos se tomaban como señal y símbolo de logros definitivos, y nunca como momento de relax. Las dificultades presagiaban sacrificios y los hechos negativos llenaban de ira, pero nunca hacían renegar de esa querencia de autoafirmación nacional y popular. Una parte importante de la población vasca se pensaba como núcleo irreductible, en el que la dureza del estado creaba una osadía y una obstinación más intensas. La vida personal quedaba marcada por el presupuesto intelectual y emocional de ser responsables de una patria vasca y por el objetivo final de conseguir un estado vasco.
El quinto elemento fue una depreciación profunda de todo sistema autoritario. Es cierto que en el País Vasco se había heredado una cultura de igualdad, ya que nunca había existido un sistema feudal como en otras zonas hispanas o europeas. Pero ahora se dio un paso más, y se pasó a una clara aversión contra toda jerarquía. Primeramente contra la opresión franquista todavía vigente, luego contra la sumisión de los partidos a las consignas de sus jefaturas, contra la manipulación de los medios de información, contra el alto clero subyugado por la ideología centralista y, en definitiva, contra todo el que se convertía en jefe, en endiosado por su cargo, sus títulos o su estatus económico.
Esos cinco elementos no incluían una sumisión, ni una colaboración, ni una pertenencia a ETA. Cuando ETA asumió expresamente el frente militar junto al político, económico y cultural y sucedieron las dos primeras muertes en 1968 (José A. Pardines en un encuentro ocasional, y Melitón Manzanas como decisión premeditada), surgieron reacciones sociales muy diversas, que fueron intensificándose con las sucesivas acciones armadas. Ese fue un sexto elemento de la incidencia de ETA. Rechazo, estremecimiento, confusión. Pero asimismo comprensión, y diversos niveles de empatía. Hay que tener muy claro que los sucesivos efectos de destrucción y de muerte producidos por ETA tuvieron un tremendo contrapunto en la actuación de los estados. Decenas de miles de detenciones, muchos miles de torturados, actuación de grupos antiterroristas, procedimientos judiciales incomprensibles, endurecimiento hasta la crueldad de la política carcelaria, actuación policial. Para muchos vascos, la percepción de la crueldad del estado esponjaba la de ETA. Y asimismo es cierto que muchas mujeres y hombres en libertad, incluso dudando o disintiendo de la estrategia militar, han participado y participan de la psicología del preso o del perseguido, y que eso mismo determina estados de ánimo y de conducta específicos que les hace imposible banalizar la propia vida, mientras odian las campañas de descrédito y simplificación por parte de los gobiernos e instituciones controladas por ellos.
Una vez citados estos elementos, hay que añadir que, desde luego, queda pendiente la enorme tarea de reconciliación. Los abertzales y otros demócratas comprometidos deberán aprender de ahora en adelante a tender la mano, a reconocer el dolor producido. A expresar la exigencia y tener la paciencia de esperar que los demás hagan lo mismo. Según vaya realizándose este último recorrido, quedará todavía más claro que dichos elementos colectivos esenciales siguen siendo determinantes en la actitud y personalidad de los vascos. El grano de trigo echado en tierra ya no es tal. Queda la espiga. Es decir, una multitud variopinta y a la vez llena de coherencia y de tensión que posee, por una parte, la osadía, la responsabilidad, la claridad de objetivos finales y, por otra, una mayor capacidad de mirar, escuchar y admitir a los demás sectores y personas.