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Miguel Torre Militante de Batasuna

El 20 de octubre, amaneció a las 19:00 horas

Ahora que el sortilegio se desploma, se va a hacer patente lo que era evidente: que el vinagre que agria la España imperial no es la presencia de ETA ni su actividad

En mi pequeña vida, este día, 20 de octubre del 2011 a las 19:00 horas, merece junto a pocas otras fechas el calificativo de histórico: la organización ETA anuncia el cese definitivo de su actividad armada. Tan emocionado estoy que quiero rendirle un homenaje especial.

No creo que la evocación del pasado sea una especie de nostalgia caduca, ni que la verdad de las lecciones de la historia sea el atributo de uno de los dos bandos cuando hay conflicto. Pero las reacciones de uno de los bandos a esta decisión de ETA me apenan y me chocan, y quiero compensar esta pesadumbre con un pequeño travelling al pasado para que la historia no se escriba sobre parámetros unilaterales de parcialidad.

Creo que el «padre» legítimo de ETA ha sido Franco, el genocida del pueblo vasco, ante el que el dictador Gadafi parece un párvulo, ayudado y legitimado en esta exterminación étnica, individual y colectiva por todos sus acólitos, cuyo último avatar es el fundador todavía en vida del partido que va a tomar el poder en España en noviembre próximo. No lo olvidemos nunca.

Pienso que el levantamiento de ETA contra Franco ha sido necesario y que, gracias a esta resistencia, una buena parte de los ciudadanos de Euskal Herria que es vasca continúa siéndolo y, sobre todo, a reivindicándolo con determinación.

Considero que las consecuencias de esta rebelión han sido duras de soportar para todos y que la sangre ha sido tan trágica y cruel para los unos como para los otros, siendo la tortura sistemática que para algunos terminaba con la muerte el grado supremo de la crueldad. Sin embargo, como en el valle de los Caídos, despreciando el respeto y la comprensión que todas las víctimas merecen, sólo el sufrimiento y los muertos de uno de los bandos han tenido derecho a lágrimas y a dolor público; dolor que se vuelve obsceno porque los del otro bando no han merecido más que diatribas, condenas, represión, desprecio, cárcel y vejaciones.

Agradezco a ETA que haya reivindicado y defendido, con medios que no han sido los míos, lo que una buena parte de la población asume y exige: el derecho de los vascos a decidir sobre su futuro y el deber de los gobiernos de respetar su decisión.

Pero el aplauso más estruendoso va hacia su decisión de cese definitivo de su actividad armada; esta cerrada ovación es extensible a quienes han facilitado esta decisión: el pueblo abertzale, de izquierda, humanista, militante de sus derechos; sus representantes políticos, los presos políticos, la comunidad internacional. Quiero rendir un homenaje especial, admirativo y amistoso al primero de entre ellos, a Arnaldo Otegi, responsable directo de esta conmoción estratégica de ETA.

Ha llegado el tan cacareado vencimiento de la era de la violencia que, según los sucesivos gobiernos, sería el sésamo hechicero de un futuro en el que todo es posible para los vascos. Y ahora que el sortilegio se desploma, se va a hacer patente lo que era evidente: que el vinagre que agria la España imperial no es la presencia de ETA ni su actividad, pues los gobiernos de esa España necesitan una ETA activa para esconder sus miserias y negar un derecho que van a seguir rechazando con otros medios: el del pueblo vasco a decidir su futuro. Que va a seguir reivindicándolo de forma tan pacífica como implacable. Como hasta hoy.

La solución a este problema y sus derivados (por ejemplo, los presos) definirán si estos gobiernos pertenecen a la comunidad de los demócratas o, como hasta ahora, a la satrapía de los déspotas.

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