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Floren Aoiz | Historiador

Donde la primavera se encuentra con el futuro

Se hace un tanto extraño comentar unos resultados electorales a 11.000 kilómetros de distancia. Sea como sea, desde esta urbe asfixiante que es Buenos Aires, dos son las ideas principales que han venido a mi mente tras este 20N: primavera y futuro. Primavera, para empezar, porque en el hemisferio sur, la temperatura, las flores y los árboles verdecidos nos recuerdan que a este lado del mundo noviembre es primavera, pero sobre todo porque la evolución del escenario vasco y los espectaculares resultados de Amaiur reflejan un marcado tono primaveral, incluso en este panorama de economías al borde del colapso. En Euskal Herria hay alternativa, hay base social amplia para el cambio, hay liderazgo estratégico, hay fuerza militante y hay una energía trasformadora innegable. Y futuro porque mientras el lugar desde donde escribo, la Argentina, está llena de descendientes de gentes vascas de los siglos XIX y XX que hubieron de cruzar el Atlántico para hacerse un futuro, las vascas y los vascos del XXI hemos decidido construir en nuestra tierra el futuro que necesitamos y deseamos.

Me pregunto si somos capaces de dimensionar el avance que eso supone para un pueblo que ha estado a punto de desaparecer, un pueblo que se desangró en guerras, represiones y emigraciones.

Hoy imagino guiñándonos un ojo a muchos de esos parientes o amigas, vivas o muertos, que todos y todas tuvimos o tenemos, el que huyó de las guerras carlistas, de la guerra de Cuba o de la de Marruecos, el que no quiso ser soldado español o víctima de Franco, la que dejó su tierra por su militancia independentista.

Euskal Herria se ve distinta desde aquí. Mucha gente la desconoce, la mitifica, la imagina a su medida, pero todo el mundo la guarda en el corazón de una manera que impresiona, porque es obvio que la quieren con locura. Esta curiosa visión le ayuda a uno a comprender que los vascos, desde luego, no somos el ombligo del mundo, pero sí somos y debemos ser el ombligo de nuestro mundo. Que no podemos permitir de ningún modo que nadie decida por nosotros. Que tenemos que escribir nuestra historia en auzolan, como hemos conservado nuestra lengua, como hemos guardado nuestra cultura comunitaria, como hemos defendido nuestras libertades e identidad y como, cuando ha sido posible, hemos conformado un sujeto transformador moderno, popular, joven, nuevo, con un proyecto de independencia y cambio social impensable hace un siglo.

Aquí se percibe respeto y admiración por nuestro pequeño país. Es mucha gente la que siente simpatía con la lucha del David vasco contra el Goliath franco-español. Tenemos mucho que aprender de las luchas de los pueblos del mundo y tenemos también la responsabilidad de hacer nuestra aportación. Por ejemplo, construyendo puentes. Puentes entre Euskal Herria, Europa -nuestro espacio natural-, y esta América que se esfuerza en encontrar su identidad y su propio camino enfrentando el acoso de las fieras neoliberales. Una América que quiere ser plaza abierta y no patio trasero de los Estados Unidos. Una América que quiere parar los pies al neocolonialismo español, tan presente que los embajadores y presidentes de grandes empresas españolas se comportan todavía hoy como los virreyes coloniales de otros tiempos. Es hora de construir el mundo definitivamente post-colonial. Contra todo tipo de colonialismo, expansionismo o imperialismo. Y ahí nos vamos a encontrar los pueblos americanos y Euskal Herria, el pueblo europeo más autónomo y desarrollado en su cultura política propia, el menos asimilado por la lógica imperial.

Desde esta perspectiva, mucho más allá de las consecuencias a corto plazo de este terremoto electoral, destaca una de mucho más largo recorrido y alcance, la consolidación del proceso vasco hacia la independencia. Un proceso que está liderado por los sectores más progresistas con una clara vocación de atender los intereses de las mayorías sociales y salirse del guión diseñado por los estrategas del Imperio.

Euskal Herria va a por su propio estado. Y lo escribo mientras retengo en mi retina una de las numerosas estatuas del general San Martín, líder de las independencias americanas, a quien en su día llamaron terrorista, criminal y separatista sanguinario.

Los vascos del siglo XXI somos nuestro propio y único general. Ni necesitamos ni queremos caudillos. El nuestro va a ser un proceso moderno, colectivo, participativo y democrático. Los resultados de Amaiur evidencian la madurez del pueblo vasco, que se muestra capaz de transitar ese camino.

Tras los cambios de los últimos meses nada será igual. Una larga fase de nuestra historia termina. La subordinación se acerca a su final. Estamos plegando velas. Las amarras crujen. Los intentos de sujetarnos al muelle van a fracasar. Nos vamos. No es una metáfora, de hecho ya nos estamos yendo. No se puede retener eternamente a un pueblo que quiere marcharse por su propio camino.

Nos vamos porque nos queremos ir y porque hemos sabido elegir la mejor estrategia para irnos. Una buena estrategia es la que funciona, la que ofrece los resultados que persigue. Hubo un tiempo, digámoslo claro, en el que la estrategia de la izquierda abertzale no fue buena, porque no daba los resultados deseados. Un movimiento transformador puede equivocarse pero no tiene derecho a insistir en el error. La sociedad vasca nunca nos lo hubiera perdonado y habría tenido razón, porque los pueblos no conquistan la libertad con buenas intenciones, sino con buenas estrategias.

Por fortuna, ese error quedó atrás. La izquierda abertzale no ha dudado en hacer frente a la situación y definir una nueva estrategia. Los resultados están a la vista. La izquierda independentista ha precipitado el cambio. Alguien podrá sentir vértigo porque la izquierda abertzale está creciendo tanto que cuesta reconocer en ella a la de los tiempos más difíciles. Pero eso, aunque pueda generar ansiedad o inquietud, es síntoma de un destacado avance. Costará superar la cultura de la resistencia, habrá quizás quien la añore, pero ya no estamos en esa. El horizonte no es resistir, sino materializar el cambio social y llegar a la independencia.

Y esto pasa por comprender la importancia de sumar voluntades. Sumar es crecer, es acumular fuerza, es compartir, aprender, a veces, también, renunciar, pero, sobre todo, afirmar, construir y readecuar. Crear mayorías es el reto, porque es el camino del cambio.

Ahora habrá que gestionar estos históricos resultados. No será fácil, pero sí ilusionante, emocionante incluso. Muchas puertas cerradas se van a abrir, seguro, muchos muros caerán, porque los haremos caer.

La izquierda vasca debe demostrar su fuerza y su inteligencia frente a la horrorosa crisis y los aún más terribles planes neoliberales de recortes, privatizaciones y privaciones que nos esperan.

A partir de ahora, tendremos un nuevo gestor en La Moncloa. Viene bravo, como toro recién salido a la plaza. Pero esta españolísima metáfora termina ahí. No se trata de torearlo, sino de hacerle ver que el diálogo y la decisión democrática de la ciudadanía vasca son el único camino para encaminar este contencioso.

Tenemos proyectos diferentes para Euskal Herria. Ellos la quieren parte de España. Otros la quieren parte de Francia. Nosotros la queremos independiente. Sólo hay una manera democrática de resolver esta disputa, preguntar al pueblo vasco qué quiere ser. No sirve escudarse en mayorías o constituciones francesas o españolas. Terminaron los tiempos de las cartas marcadas. Hay que jugar limpio. Todas las opciones deben tener los mismos derechos, debe reconocerse la realidad nacional vasca y permitir un auténtico juego democrático.

Es hora de democratizar. Hora de hacer de la primavera nuestra marca de futuro.

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