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Daniel Sada se fue

Se ha ido, sin darnos ni tiempo para finalizar su última novela presentada por acá, por Anagrama: «A la vista». Al mismo tiempo que moría en ciudad de México, el pasado viernes día 18, a causa de una enfermedad que le tenía postrado desde el pasado febrero, le era concedido el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la especialidad de Lengua y Literatura.

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Iñaki URDANIBIA

El norte de México pierde un cronista que nos llevaba a sus desiertos, a sus diseminados pobladores y que nos obligaba a sumergirnos en los crímenes que por allá abundan. Y digo nos obligaba ya que la escritura de Daniel Sada (Mexicali, 1923) era exigente para con los lectores; si alguien quiere hallar en su barroca prosa diversión sin más, su intento será vano, ya que lo que es necesario al leerle es un continuo esfuerzo para seguir las andanzas que nos cuenta.

Escritor alabado por cantidad de colegas de profesión, desde el veterano compatriota Carlos Fuentes, hasta el escritor chileno de vida breve y de obra amplia Ricardo Bolaño, pasando por el también mexicano y sagaz Juan Villoro, el abanico es amplio entre quienes cantaban el quehacer laborioso de Sada, y entre quienes eran capaces de admirar su tenaz trabajo que buscaba tenaces lectores dispuestos a zambullirse en una prosa que por momentos podía resultarles alambicada.

Este avezado domesticador del idioma nos introduce en la presente ocasión en un collage de entretenidas historias por los límites de la tragedia y el arrepentimiento. Un hombre entrado en los sesenta, Ponciano, mata, con un compañero, a su jefe para pasar a arrepentirse acto seguido; este arrepentimiento le va a cambiar de vida, abandonando sus relaciones familiares, ensayando el nomadismo y trabajando en variopintos oficios. Tal cambio va acompañado de una rumia que le va a conducir al convencimiento de que el asesinato cometido no ha sido debido a ningún tipo de venganza justiciera sino que la causa se basa, en el fondo, en la profundidad de su crisis existencial; tal convencimiento va a alcanzar igualmente a cualquiera que siga sus singulares andanzas.

En la presente ocasión la acumulación de historias de las que hablo van a hacer las lectura más liviana que los devaneos sexuales por los que nos conducía en la novela que fuera galardonada hace tres años con el premio Herralde 2008: «Casi nunca». Se ha comparado su obra con la de Lezama Lima, epígono a su vez de Góngora, y cierto es que lo luminoso alumbra los pliegues de su escritura y sus historias que en la presente ocasión sorprenden sobremanera al asistir a situaciones que originan consecuencias inesperadas, deviniendo lo trágico cómico y viceversa en un juego de espejos que deslumbra al lector con sus destellos en repetidas ocasiones.

Como en un alterado mar nos vemos sumergidos al conocer los vaivenes de la mente del protagonista que avanza y retrocede en zigzag en una deriva que le aboca a rozar el más desolador de los naufragios, un naufragio de libro en el que no hay tabla de salvación posible pues la brújula ha perdido su norte, su sur, su este y su oeste; los valores se han diluido en una negación radical de lo que antes era oro de ley: así es puesto en solfa todo el camino recorrido, lo que le hace renegar de todas las decisiones adoptadas anteriormente, que van desde el crimen cometido al abandono de su familia y al modo de vida, para finalizar chapoteando en el deseo de ser aprehendido y encerrado en la prisión.

Sada nos balancea con su cuidada prosa que por momentos diluye los límites con la métrica poética en una fiesta del verbo por medio de la que nos va ubicando en la sequedad de su país y en las habladurías y correrías de las pequeñas localidades que por allá están como salpicadas en el solitario mapa, arrastrándonos a sentirnos concernidos por las dudas del protagonista por los enmarañados pagos de la ambigüedad moral y de las aguas movedizas de los seres arrojados al valle de lágrimas en el que vivimos.

Esta novela ejemplar que parte de lo singular para ampliarse a lo universal, como las obras clásicas, al enfrentarnos con las constantes del desasosiego humano, de lo demasiado humano y conducirnos a los lares cercanos a aquel péndulo entre el dolor y el aburrimiento del que hablase Schopenhauer.

En toda su escritura, al menos en lo que yo alcanzo, el escritor de filigrana -como él mismo se definía- nos enreda a la vez que nos acuna con sus palabras que dan cuerpo a la tragedia en estado puro por la senda de los griegos y del mismo Shakespeare, penetrado en los recovecos del alma humana, allá en donde se mueven las opciones que desembocan el campo de la libertad de decidir lo uno o lo otro, o lo de más allá. Y Daniel Sada lo hace entreverando la tragedia con el dosificado humor, ya que al fin y a la postre este mundo está compuesto de lágrimas y de risas. Daniel Sada da cumplida cuenta de todo ello, y si él ya no nos da más, nos deja la rica herencia de sus libros...que retratan la aventura de escribir, que era su profesión, y la aventura del vivir que es lo que él quería reflejar y lo lograba con tino.

Afirmaba Daniel Sada: «Desde mi punto de vista hay dos tipos de escritores: los que exhiben el artificio y los que lo esconden. Y ambos polos son difíciles; esconder es difícil, pero exhibir también»; en él se daban cita los dos y no para expresar ocurrentes ejercicios de estilo que resultasen refinado manierismo y/o puro ombliguismo sino para hablarnos del mundo y de sus habitantes, es decir de nosotros mismos.

¡Agur Sada, y que la tierra te sea leve!

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