Crónica | En el Valle de los Caídos
Ley del silencio frente a la propuesta de exhumar los restos de Franco
Nadie habla en el Valle de los Caídos, el gran mausoleo que custodia los restos de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera, así como de combatientes franquistas y miles de represaliados republicanos. ni los monjes benedictinos ni los miembros del organismo que se encarga del patrimonio del Estado español abren la boca un día después de que un comité de expertos recomendase la exhumación del dictador.
Alberto PRADILLA
«El abad está ahora mismo reunido. Llame por teléfono para concertar una cita». Esta es la única respuesta obtenida ayer a las puertas de la Abadía de la Santa Cruz, en el Valle de los Caídos, ubicada en la parte trasera de la inmensa cruz que preside el panteón. Ni rastro de Fray Anselmo Álvarez, el religioso que ha oficiado algunas de las misas con las que la utraderecha recuerda a Franco cada 20 de noviembre. Y eso que, después de la presentación de las recomendaciones de la comisión de expertos, este fraile se ha convertido una de las piezas clave del debate. Su palabra será influyente teniendo en cuenta que la Iglesia tendrá la última palabra en caso de que el futuro Gobierno español acepte los planteamientos del comité. La familia del dictador ya ha expresado su rechazo, pero son las sotanas quienes disponen de capacidad de veto. «Con la polémica que se ha generado, nadie quiere hablar», confirma una trabajadora de la abadía. Como única alternativa, ofrece un número de teléfono al que no contesta nadie.
Fray Anselmo no es el único que opta por el voto de silencio. Previamente, la decena de monjes que había celebrado la única misa diaria en el inmenso templo (con apenas una veintena de fieles) abandonaban rápidamente la nave principal antes de que alguno de los informadores desplazados al lugar pudiese arrancarle alguna palabra. Y eso que, desde el martes, la prensa tiene prohibido el acceso al templo, según reconocía una de las vigilantes. Unas medidas que no impidieron que varios medios fotografiasen e incluso grabasen en el interior. Durante la homilía, apenas una muy estudiada referencia al recuerdo de los muertos de «uno y otro bando».
El recurso histórico
Los únicos que ayer aportaban alguna opinión eran los escasos visitantes. No hay nostálgicos del fascismo para defender su santuario pero sí vagas referencias que se mueven entre el desconocimiento y la repetición de consignas lanzadas por el ala conservadora de la política española. «La historia es la historia, no se puede cambiar. Además, es una tontería, existen cosas muchísimo más importantes», aseguraba irritado un hombre cincuentón que, acompañado por su hijo, visitaban el templo. Optan por no identificarse. Ajenos a las connotaciones del debate, la pareja madrileña formada por Fernando y Rebeca se aferraba al argumento monetario. «Con la crisis que tenemos, ¿vamos a gastar dinero en esto?», señalaban, para después reconocer que, en el fondo, no estaban «ni a favor ni en contra», aunque insistían en la condición de «historia» del complejo en su totalidad.
Claro, que ninguno de ellos pasó por las penurias que tuvo que padecer Fausto Canales. Su padre, Valerico, fue ejecutado en Aldeanueva (Salamanca), el 20 de agosto de 1936. Dos décadas después, sus restos fueron trasladados desde la cuneta hasta alguna de las fosas comunes donde se apilaron los cuerpos de miles de represaliados. De ellos, más de un millar eran vascos, tal y como recoje el historiador Iñaki Egaña.
«Solo he estado dos veces y no volveré», señala Canales en conversación telefónica. Después, maldice la última humillación del régimen a sus víctimas. Sobre la puerta que conduce a la cripta, la misma inscripción que acompaña a las bajas franquistas. «Caídos por Dios y por España». Una «carga simbólica fascista tan grande» que hace difícil que personas como él quieran volver a poner un pie aquí en el caso de que, como reclama, los restos de su padre no pudiesen ser identificados.
A pesar de que no se fía un pelo del futuro Gobierno del PP, Canales ya preparan la solicitud de una reunión con el nuevo Ejecutivo. Una administración que ya ha advertido de que «dejará en el cajón» las recomendaciones del comité. Mientras tanto, los restos de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco permanecen en un lugar preferente de la basílica, frente al altar y en su parte posterior. Sobre las dos lápidas, sendos ramos de claveles rojos y blancos que, periódicamente, son renovados por algún miembro de la fundación que recuerda al dictador. El detalle de las flores, como los dos escudos de la época franquista tallados en piedra en el exterior son sólo dos detalles que recuerdan que en Cuelgamuros sigue honrando esta terrorífica etapa del Estado español.