Carlos GIL | Analista cultural
Todos
Todos. Todo. Yo diría: «Todos somos Sarri». Pero no es posible, su obra es incomparable. Por Durango hay miles de sombras, miles de letras, millones de suspiros que se pueden traducir como admiración a Sarri, el premiado y castigado a la vez por el Gobierno vasco en funciones de ocupación. Todo. Uno quisiera todo. Ser tan alto como la luna, ser tan delicado como ese beso de seda, tan objetivo como una plomada. Pero no todos podemos tenerlo todo. Porque el todo es una medida excesiva, desbordante. Con tener un poco de todo, ya es mucho. Y si todos tenemos un poco de todo, entonces podemos cantar a Sarri, una vez más.
Loado sea el espíritu libre que sueña con estrellas redondas. No, nunca dije todo, ni todo lo dije. Ni todos lo dijeron todo. Nadie sabe todo. Todo es de todos. Busca en mi memoria un recuerdo de un todo más amplio que ese momento en el que todo estalló antes de la campanada final. Nada es tan grande como una canción desesperada. Todo lo cambio por tu mirada, por tu amor. Es más, todo lo resumo en un gráfico sin más quebranto que el funcionamiento de mi membrana pericárdica. Cuando el aliento se convierte en un susurro, encuentro sabor a todo. No se me escapa que todo te lo debo a ti.
Por eso en la Azoka debería estar todo. De todos los que quieren formar parte de este todo que se está construyendo. Todos con su acento, con su color, con su voz propia. El quitar algo a este todo, es una pérdida para todos. Y no se olvide, nos llamarán a todos, de uno en uno, o en cuadrilla, pero todos deberemos reflexionar sobre este todo que se vislumbra en un amanecer cantado como nadie por todos los que lo quieren todo.