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Josu MONTERO Escritor y crítico

Tierrafirmista

Ya hace muchas décadas afirmó en un poema: «Mi peor enemigo fue el teléfono», y hoy debe seguir siéndolo, añadiéndole, eso sí, las llamadas Nuevas Tecnologías de la Comunicación, porque el caso es que ha debido ser él mismo el último en enterarse de que la semana pasada le concedieron el Cervantes. Nicanor Parra vive en algún perdido paraje de la larguísima costa chilena. Aunque el pasado setiembre cumplió 97 años, a buen seguro que sigue siendo «un embutido de ángel y de bestia», como él mismo se definió en el último verso del poema «Epitafio». Hermano de Violeta, eclipsado por el oceánico Neruda y ex profesor de Mecánica Teórica, Nicanor Parra dejó bien claro en su «Manifiesto», ya en los años 60, que la poesía ha de ser para nosotros «un artículo de primera necesidad», afirmando rotundo que «la poesía alcanza para todos»; ironizó también sobre ese «círculo vicioso» poético: «Para media docena de elegidos: Libertad absoluta de expresión».

En la turbulenta Margen Izquierda de mediados de los 80, el colectivo La Galleta del Norte reivindicó en el segundo número de su revista ese «tierrafirmismo» decidido de Parra, esa apuesta suya: «Contra la poesía del salón, la poesía de la plaza pública». Y es que Parra siempre ha tenido sus más y sus menos con la poesía, por eso inventó los Antipoemas o los Artefactos; por eso su recién editada «Obra Completa» (1935-2006) está bien nutrida de poemas visuales y de otros experimentos; por eso ha jugado en ocasiones, incluso en el título de alguno de sus libros, con la sospechosa cercanía fonética entre las palabras Poesía y Policía. Él siempre ha tratado de burlar a ambas. Entre los poemas más sencillamente demoledores que conozco siempre habrá alguno suyo.

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