Fede de los Ríos
El miedo que todo lo pudre
¿Por qué no cambiar la economía competitiva por una de colaboración? ¿Qué hay de malo en planificar la satisfacción de las necesidades y producir lo necesario?
Son tiempos de incertidumbre y, por tanto, los gobiernos se han vuelto administradores del miedo de una ciudadanía constituida por impotentes y domesticados súbditos. Atenazados por un miedo abstracto y omnipresente que todo lo envuelve y contamina. Quien vive en el temor no es soberano de su destino. Ya nada resulta estable, y la precariedad es el marchamo que caracteriza tanto lo privado como lo público. ¿Qué perspectivas nos ofrece este mundo globalizado? ¿Qué seguridad de que el suelo que pisamos mañana soporte nuestro peso? ¿Cómo explicarnos que más de diez millones de humanos, muchos de ellos desposeídos, hayan depositado su voto en favor de un registrador de la propiedad que nada dice? En Grecia y en Italia sus gobernantes ya no son elegidos mediante sufragio. Nuestra vida se encuentra íntegramente subsumida en la voluntad de lo que llaman «los mercados». Somos mercancía a tiempo completo y ni siquiera nos avergonzamos ante nuestros hijos e hijas. Los derechos, conquistados con ardua lucha por nuestros antecesores, los hemos ido perdiendo poco a poco, de manera silenciosa, sin estridencias, como gente educada que somos, incapaces de levantar la voz. ¡Debemos ganarnos la confianza de los mercados o de lo contrario subirá la prima de riesgo! nos informan en el telediario; «de lo que se trata es de aumentar la productividad para ser competitivos, sólo así saldremos de la crisis y crearemos empleo», declaran los del Gobierno. Producir más ¿qué cosas? ¿para qué? y, sobre todo, ¿de qué manera?
¿Cuántos televisores caben en una casa? ¿Cuántos electrodomésticos absurdos más podremos acumular en el trastero? ¿Será suficiente con cambiar de automóvil cada seis meses para que aumente la producción del sector automovilístico? ¿Cuántos aeropuertos sin aviones habrá que construir para que las cementeras no entren en crisis? ¿Cuántas casas que no serán habitadas habrá que levantar, a las que se sumarán las vacías por desahucio, para equilibrar la ley sagrada de la oferta y la demanda? ¿Cuántos kilómetros de vías rápidas, más rápidas y rapidísimas son necesarios para no perder el denominado tren del progreso? ¿Quiénes serán sus viajeros?
¿Qué número de cadenas de televisión por cable y satélite será necesario para que el camino hacia la oligofrenia total sea plural y democrático? ¿Cuánta baba de caracol, silicona, botox, cremas reafirmantes, perfumes, adelgazantes, tenacillas de rizar, planchas de alisar, maquillajes, rímeles, horas de gimnasio, bicis que no se mueven, máquinas que camines lo que camines estás en el mismo sitio son necesarios para estar seguro de uno mismo?
¿Por qué no cambiar la economía competitiva por una de colaboración? ¿Qué hay de malo en planificar la satisfacción de las necesidades y, por tanto, producir lo necesario? Es que estamos en el euro, el nuevo tótem, se me dirá. Pues que le den por el culo al Euro y a los que con él se benefician, a las agencias yanquis de riesgo que nos atemorizan con la deuda, a la Angelines Merkel, a Sarkozy y a todos los peleles del Capital que nos gobiernan.