GARA > Idatzia > Iritzia> Editoriala

La Unión Europea paga un precio muy alto por la reforma pactada por Merkel y Sarkozy

La Unión Europea ha asistido esta semana a una cumbre que muchos analistas consideraban decisiva para el futuro del euro, que ha estado marcada por la tensión y en la que los estados miembros han abordado el plan de disciplina fiscal y presupuestaria pactado de antemano entre París y Berlín. Los grandes titulares se los han llevado el rifirrafe entre el primer ministro británico, David Cameron, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la fractura abierta entre Londres y sus socios europeos, pero la cita de Bruselas ha dejado también muchas otras lecturas, y la que tiene que ver con el propio futuro de la unión no es la menos importante.

Porque, más allá de la gestión que en el seno de la UE puedan hacer de un acuerdo que no lleva la firma de los 27 gobiernos que la conforman, de modo que no puede hablarse de tratado, si algo ha quedado de manifiesto esta semana es que la institución comunitaria tiene todavía pendiente un debate serio sobre su viabilidad y funcionamiento. Una vez que la crisis y sus consecuencias parecen haber espantado el sueño que algunos albergaban de crear una unión política sólida, lo que ahora está sobre la mesa es si incluso en sus términos actuales la unión puede seguir funcionando. Si cada vez es más evidente que las decisiones no se adoptan en Bruselas sino en Berlín, previo paso de cortesía por París, y la idea de la Europa de dos velocidades lleva semanas esbozándose con toda naturalidad, a partir de esta semana y con Gran Bretaña cada vez más lejos, ¿con qué modelo de Unión Europea debemos quedarnos? Aquel proyecto -la Comunidad Europea del Carbón y del Acero- que nació por intereses comerciales de algunos estados, es en esencia en esta segunda década del siglo XXI y a pesar de las respectivas ampliaciones y tratados, el mismo que hace seis décadas: una confluencia de intereses sin vocación común real, en la que saltan chispas en cuanto se topa con dificultades reales.

En cualquier caso, Londres no puede escudarse en el mal generalizado para buscar consuelo. La situación de Cameron es complicada, y muchos medios británicos -los que no hacen del antieuropeísmo su seña de identidad- se preguntaban el viernes adónde les puede conducir su aislamiento. Porque no es lo mismo encabezar un grupo de países críticos que aparecer como única nota discordante. Probablemente, a Gran Bretaña le ha llegado ya la hora de definirse, porque el equilibrio entre la pertenencia al mercado único, con sus consiguientes ventajas, y la autonomía que insiste en mantener en materia fiscal y presupuestaria, en gran medida para resguardar a la City, aunque también por su propia tradición euroescéptica, puede haberse roto o está en camino de hacerlo. A juicio de algunos analistas británicos, lo ocurrido en la madrugada del viernes fue más importante que el hecho de que su país se quedara fuera del euro, ya que entonces obtuvieron el derecho de incorporarse cuando quisieran, mientras que ahora sus socios no han dejado la puerta entreabierta. Merkel dejó claro que iba a imponer sus planes, bien con una Europa de 27 como con una de 17 (o de 23, 24 o 26), y así lo ha hecho, aun a costa de perder una unanimidad que es un haber cada vez menos valorado y necesario en la UE.

Con todo, quienes más preocupados deben acoger las conclusiones de la cumbre son los ciudadanos europeos, sobre cuyas espaldas va a recaer el esfuerzo fiscal y presupuestario pactado en Bruselas. Merkel ha logrado imponer el déficit cero con rango de ley en toda la UE, así como una política de sanciones automáticas a quienes incumplan la norma. Al tiempo, también se ha decidido no pedir a los bancos una mayor implicación en el esfuerzo, que las administraciones públicas sí están asumiendo para afrontar la crisis de deuda. La Europa de los 27, como la del euro o la que el viernes pactó unas nuevas reglas fiscales, sigue siendo la Europa del capital y de los estados, y no de las personas que lo habitan.

El mismo espejo en Durban

También han sido tensas las reuniones celebradas en Durban, donde los ministros de 28 países debían acordar un nuevo pacto contra el cambio climático, pero donde la implicación de los principales agentes contaminantes del planeta no ha tenido nada que ver con la de Bruselas. Lo ocurrido ha sido la crónica de un fracaso anunciado. Muy pocos, por no decir nadie, esperaban que de la cumbre de Sudáfrica saliera un acuerdo que fuera más allá de llamamientos genéricos o de medidas sin plazo o con un plazo demasiado largo. Algunas de las propuestas planteadas en estas dos semanas, más con intención de presentar algo a la opinión pública internacional que con ánimo de avanzar en esta materia, deberían sonrojar a los proponentes.

Un fracaso, y también un ejemplo de la irresponsabilidad con la que actúan en todos los ámbitos quienes gobiernan el planeta. La gestión de la crisis económica global y la del desastre mediaombiental y el cambio climático son las dos caras de una misma moneda, la que algunos lanzan al aire y que al caer siempre sale cara para los poderosos y cruz para el resto del mundo.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo