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Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista

Elecciones rusas: dos fraudes en uno

 

Negar, a estas alturas, irregularidades electorales en Rusia es cerrar los ojos a la realidad. Basta con un dato: el 99,9% del censo electoral de Chechenia y del resto de repúblicas norcaucásicas en guerra abierta contra el Kremlin «votó» al Kremlin.

Pero resulta de una ingenuidad igualmente pasmosa dudar que el partido de Putin es, a día de hoy e ingenierías electorales al margen, la primera formación política del país. Otra cosa es que, a la vista de su más ajustada victoria, el fraude, del tamaño final que haya sido, ha quedado más en evidencia.

Más allá de apaños, las críticas occidentales al conjunto del sistema político-electoral ruso son ya mala fe. Sostener que Putin ha amarrado la mayoría absoluta sin haber logrado la mitad de los votos (el 49,5%) pasa por ocultar que, un simple ejemplo, Rajoy logró lo mismo pero con un 44%. Y no digamos nada de las denuncias sobre la parcialidad con el poder (ruso, por supuesto), de los medios durante la campaña electoral. Consejos vendo...

Que Putin lleva once años tomando por tontos a los rusos es un hecho. La sangre chechena y su firmeza contra los oligarcas díscolos -complicidad con los oligarcas amigos- le bastaron como credenciales para llegar y perpetuarse en el Kremlin.

Pero Putin no es el único «listillo». Desde la caída de la URSS y la infausta era Yeltsin, la posición occidental respecto a Rusia se resume en un paternalismo interesado que roza, cuando no traspasa, la línea de la injerencia, política, económica y militar.

Esta vez parece que a Putin se le ha ido la mano (electoral). Como a Occidente se le ha ido la mano en su intento de destronarlo. ¿El destinatario de ambos manotazos? El pueblo ruso. Siempre.

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