Fermin Gongeta | Sociólogo
Elecciones y movilizaciones
En su artículo, Gongeta repara en la responsabilidad de los electores en el hecho de que la democracia -el poder del pueblo- quede reducida al mero acto de depositar una papeleta en las urnas. La verdadera democracia, continúa, se ha de desarrollar con el control permanente de los ciudadanos sobre los gobernantes. Y afirma que la izquierda abertzale en su conjunto, a pesar de sus brillantes resultados de las últimas citas electorales, ha de tener en cuenta que la lucha política no ha hecho sino comenzar.
El estilo democrático del gobierno de un país, ya se trate de Euskal Herria o del Reino español, o de cualquier otro lugar del planeta, lo definimos los electores, mal que nos pese a muchos. Somos nosotros mismos quienes, luego, consentimos reducir la democracia, el poder del pueblo, al hecho de depositar una papeleta en las urnas.
Aquellos que, como la izquierda abertzale, hemos soportado la intransigencia del Gobierno del Reino, negándonos ese mínimo derecho al voto, nos veremos seducidos a pensar, tras los deslumbrantes resultados electorales: ¡Ya está! ¡Por fin hemos ganado!
Tenemos hoy la tentación de reducir la democracia al simple y básico ejercicio del voto. Una enfermedad mental contagiosa contra la que, permanentemente, tendremos que luchar y defendernos como de la peste.
El carácter democrático del funcionamiento de una sociedad y de su gobierno lo definimos los electores, inicialmente en el momento del voto. Pero la Democracia, con mayúsculas, la que nos iguala como ciudadanos, únicamente se implanta y desarrolla con el control y el apoyo -o rechazo- permanente que demos a nuestros gobernantes elegidos.
Aún estando de acuerdo con Susan George («Otro mundo es posible si...». Ed. Fayard, 2004) cuando dice que «todas las buenas ideas nacen en el seno de las minorías», no debemos perder de vista que el triunfo tanto de Bildu como de Amaiur, se ha producido, a nivel del reino español y de manera simultánea, con el éxito de la derecha española, legítima heredera de Gil Robles y de todos sus consanguíneos que, liderados por Franco, destruyeron la incipiente II República. Los mismos que hoy, siglo XXI, intentan por todos los medios destruir a la izquierda abertzale.
De ahí la conclusión de que la lucha política no ha hecho sino comenzar, que no es posible la implantación de una democracia sin conflicto. Algo que en Euskal Herria no ha dejado de existir.
Es difícil no quejarse, o no llorar ni rebelarse cuando uno es derrotado, explotado o expoliado de todos sus derechos. Pero es mucho más difícil dominarse y detener las celebraciones, cuando uno triunfa claramente sobre el enemigo. Y, sin embargo, es recomendable hacerlo.
En el Estado del Reino español, así como en Euskal Herria, la izquierda reformista se distingue de los conservadores, de la derecha más recalcitrante, únicamente en el momento de las campañas electorales, por los insultos que se dedican. Pero esas diferencias no dejan de ser fenómenos sensoriales, propios de los engaños del momento.
Porque cuando esta pretendida izquierda reformista tiene la ocasión de dominar, lo hace exactamente igual que sus adversarios de derechas. Lo único que les interesa es no molestar y aprovecharse de los dueños del régimen económico: bancos y grandes industriales. Siempre saciando su máximo interés personal. Se limitan, en definitiva, a cuidar, limpiar y proteger las cuberterías de plata de los dueños del castillo del monopolio del poder que es el dinero.
Con la misma lógica del servidor agradecido, acusarán públicamente a pensionistas, trabajadoras y trabajadores, como malintencionados sirvientes, de ser los ladrones que se apropian indebidamente de las arcas del Estado, condenándonos a los recortes presupuestarios más groseros.
Quienes ostentan el poder político no evitan las tormentas laborales y sociales promovidas desde el ámbito económico. Y no lo hacen por simple cobardía, cortedad política e intereses personales, aunque públicamente se justifiquen argumentando coacciones internacionales o la desastrosa herencia recibida de sus predecesores.
Perdedores y ganadores de las últimas elecciones del Reino nos la tienen guardada a la izquierda abertzale. Saben que contamos con lo que Massimo D'Alema («Le Monde» 2011-10-21) considera fundamental en todo partido político: un ideal -socialista-, una misión política -independentista- y un proyecto cívico -consulta permanente y asamblearia-. Y, precisamente por eso, no soportan el éxito de Bildu y Amaiur. Y, por la misma razón, ahora, más que nunca; y para mantener el poder de la ultraderecha contra el pueblo, anuncian el incremento de las tormentas socioeconómicas en el Reino español.
Hablando de tormentas, es Pello Zabala nuestro especialista. A él acudimos para saber cómo se originan. Las tormentas se forman cuando se producen importantes movimientos de aire en sentido vertical, y el aire es más frío en la parte más alta de la atmósfera. Quiere esto decir, en términos económicos, que el dinero robado sube a las alturas y allí se congela, dejando a los ciudadanos desnudos y a la intemperie. Desde las cloacas de la miseria oímos con rabia la impaciencia de los gallos y de las moscas anhelantes de excrementos. Son las señales evidentes de que ha llegado la tormenta.
Es en este momento, cuando nos están destruyendo, sin pausa y con insistencia, las conquistas sociales de Europa, desde la semana de 40 horas hasta las vacaciones remuneradas. Antiguas victorias conseguidas en las urnas, en las fábricas y en las calles.
Por eso en Euskal Herria el triunfo de la izquierda abertzale nos debe servir para ampliar y potenciar todo movimiento de revuelta económica y social. Que encarceladas y encarcelados, pensionistas, trabajadoras y trabajadores, sindicalistas y políticos tengamos el coraje y la fuerza para enfrentarnos, juntos, a ese muro de represión patronal, policial, política y jurídica.
Elecciones y movilizaciones. El resultado de nuestras elecciones nos debe servir para promover y avivar las movilizaciones. Es el único remedio, la sola medicina capaz de silenciar a los exaltados gallos políticos -PSOE, PP, PNV- y destruir, con potentes insecticidas, las enardecidas moscas de estercolero que provocan las destructivas crisis económicas.
Y los medicamentos, las movilizaciones, parece ser que están llegando a las farmacias de los pueblos, a las encargadas de implantar la democracia, a los ayuntamientos. Estamos en el buen camino.
Se ha iniciado, según Serge Halimi, -director de «Le Monde Diplomatique»- una carrera contra reloj entre el endurecimiento del autoritarismo liberal, y el arranque de una ruptura contra el capitalismo, que por muy lejana que se vea, irá tomando velocidad.
El socialismo, o es una forma de vida igualitaria, solidaria y democrática, o se quedará -como está ahora- siendo la fiel efigie dinámica del capitalismo.
Tras el éxito electoral de Bildu y Amaiur, empieza el «arduo camino constructor de esa sociedad alternativa al sistema capitalista explotador, y a su única lógica del beneficio económico por encima de la persona; dinamizar esa sociedad de trabajadoras y trabajadores, organizada según una lógica humanitaria y solidaria, destinada a satisfacer las necesidades más básicas» -Marta Harnecker- como son el trabajo, la vivienda, la formación y la atención sanitaria.
El éxito en la vida ciudadana y política no se consigue nunca de manera definitiva. No termina con un éxito electoral, claramente necesario. El éxito en las urnas es el pistoletazo de salida de esa carrera, de esa lucha encarnizada y nada sencilla, por el bienestar social cada día más deteriorado.